“Se les dijo lo habido y por haber y los presidentes de Colombia, los gobernadores de Antioquia, los alcaldes de Medellín, los dirigentes de EPM no hicieron caso”.
Por: Pablo Montoya
Los antiguos griegos, que lograron entender todo lo humano y lo divino, forjaron el mito de Prometeo. Un semidiós que le robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. Prometeo me despertó, en la niñez, las simpatías. Me parecía magnífico que ese fuego portentoso, patrimonio de los dioses, fuese dado al bípedo implume para que desafiara no solo a sus contemporáneos, sino a la naturaleza y al mismo panteón olímpico. Y no aprobaba, en absoluto, el castigo por el que tenía que pasar el semidiós. Encadenado a una piedra, en una montaña del Cáucaso, Prometeo padece el picoteo de un buitre que debe sacarle eternamente los intestinos.
Al crecer y entender los avances de la humanidad, auspiciados bajo la razón, la ciencia, el progreso y otras palabrejas de este estilo, Prometeo terminó pareciéndome pernicioso. Y no demoré en justificar su castigo. Por robarse el fuego a los dioses, los hombres hemos sembrado el planeta de catástrofes. Por robárselo, hemos construido bombas atómicas y sembrado el mundo con la nefasta industria nuclear. Por robárselo, estamos haciendo del genoma humano un instrumento militar devastador. Por robárselo, nosotros que somos la fragilidad en carne propia y difícilmente pasamos el umbral de los ochenta años, nos creemos iguales a los dioses. Y en medio de tal presunción, la naturaleza –las selvas, los bosques, el mar, los lagos, los ríos– nos parecen una vaina domesticable para nuestro propio y voraz beneficio.
Este mito me ha venido a la cabeza al corroborar una vez más el desastre de Hidroituango. Eso que se nos presentó como una represa prometeica, hija del pujante espíritu de los empresarios y políticos antioqueños, ha resultado ser un fiasco descomunal. EPM y todos aquellos que están vinculados con este atropello de la ingeniería, semejan hijos de esos primeros hombres que recibieron el obsequio de Prometeo. Se les dijo que por ahí no debían construir sus diques faraónicos. Se les dijo que el río Cauca tenía unas condiciones especiales en esa parte de su recorrido y que por tal razón lo de ellos no era viable. Se les dijo que había que hablar con las comunidades nativas para que esa edificación garrafal no se levantara allí. Se les dijo, en fin, lo habido y por haber y los presidentes de Colombia, los gobernadores de Antioquia, los alcaldes de Medellín, los dirigentes de EPM no hicieron caso. Vanidosos, increíblemente altivos, se sintieron poseedores del fuego de los dioses. Y ahí tienen las consecuencias. Han deteriorado la vida de un río esencial para Colombia. Llevan desde hace meses poniendo en riesgo a la población de varios pueblos ribereños. Han atentado contra la fauna y la flora de la región. Y lo peor es que siguen como si nada. Ejerciendo sus altos cargos, sin que la justicia les haga un seguimiento.
Porque cuando la justicia de un país como el nuestro no obra con eficacia, uno de los caminos que queda, al menos el más sensato y el más digno, es que la ciudadanía levante su voz de protesta y reclame soluciones. Es evidente que Hidroituango es un proyecto fallido y debe desmantelarse. Lo que nos queda, por lo tanto, es volver al principio. Es defender, por encima de los intereses económicos de unas empresas y de unos políticos, al río Cauca, a su ecosistema herido salvajemente, y a sus poblaciones que padecen en la impotencia este descalabro. Nuestra solidaridad es estar con ellos y con el río y no con los cómplices de Prometeo.
Fuente: Revista Arcadia. 2019/02/07.
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