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martes, 26 de junio de 2012

CRÍTICA A LA FILOSOFÍA EN COLOMBIA


Damián Pachón Soto

Extracto tomado de:   “El vitalhumanismo y la filosofía en Colombia. Crítica de nuestro pasado filosófico”

 

 

Al finalizar la segunda mitad del siglo XX podemos encontrar en Colombia todas las manifestaciones filosóficas europeas, norteamericanas y francesas. Ya hay una totalidad normalidad filosófica. No hay veto para ningún movimiento filosófico, hay libertad total para adoptar y profesar el dogma filosófico de cualquier pensador: sea actual o clásico. Por eso encontramos hegelianos, kantianos, nietzscheanos, tomistas, foucaultianos, seguidores del posmodernismo francés o del autor de moda, tal como acríticamente se asume hoy el pensamiento de Rawls, Habermas y Negri.[1] Nuestros “filósofos” gastan todas sus energías estudiando a su autor, lo defienden, lo exponen, comen y viven de él, pero no llegan a producir un pensamiento propio, que de respuesta a las necesidades del medio social en el que vivimos. Esta ha sido la práctica filosófica en Colombia, que de acuerdo a las dos formas de entender la filosofía que expuse al principio de éste ensayo, corresponde a una filosofía secundaria, tal como ha sido desde nuestros comienzos hasta hoy.

Nuestros profesionales en filosofía, tal vez todavía impregnados de la mentalidad regalista española, creen que entre más conocen los vericuetos de la obra de su filósofo de cabecera más eruditos son y más pueden alardear de su formación alemana en filosofía. Por eso en nombre del llamado rigor filosófico descalifican a quienes intentan ser creativos y pensar por sí mismos; tal vez suponen que la seriedad filosófica se opone a la creación intelectual. Esto ha llevado a la proliferación en nuestro medio de máquinas filosofantes, máquinas que hacen turismo intelectual por las filosofías de los siglos XVIl, XVIII, XIX. Este tipo sui generis de turistas se dedicarán, en adelante, a repetir el pensamiento de Descartes, Kant, Hegel, etc. Con razón dice Darío Botero: “No puede pedirse a las facultades de filosofía que produzca un pensador; porque ellas están encargadas de custodiar y de velar porque jamás se apague la lumbre de las tumbas más ilustres.”[2] Este tipo de “pensadores” consideran que la esencia de la filosofía reside en el malabarismo intelectual o en la gimnasia conceptual, sin percatarse que la filosofía debe postular un pensamiento normativo que partiendo de la realidad dada, y no de la nada bíblica como decía Leopoldo Zea, busque respuestas a las necesidades existenciales del hombre.

Un aspecto que muestra la desconexión de la filosofía que se enseña y se practica en Colombia con nuestras realidades concretas, es el desconocimiento de los estudiantes de filosofía de lo que ha sido el pensamiento en América Latina y en Colombia. Tales estudiantes desconocen la existencia de pensadores como Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Salazar Bondy, Leopoldo Zea e, incluso, la de Enrique Dussel. También desconocen el pensamiento de Estanislao Zuleta, Nieto Arteta, Danilo Cruz, Darío Botero, Antonio García, etc. Esto se debe a su total inmersión en el pensamiento europeo. Al parecer el estudio de la alambricada filosofía de Hegel o Heidegger, no les deja tiempo para ocuparse de lo que consideran: “la inexistente filosofía latinoamericana”.

En Colombia, por otra parte, no hay comunidad académica, nadie lee con seriedad la producción de los demás. Lo que impera es la apología, la declamación, o la crítica superficial. También existe la crítica destructiva, demoledora, la diatriba, fundada en la autoridad de una formación académica en el exterior. Aquí es necesario mencionar el caso de Rafael Gutiérrez Girardot, pues merece alguna atención.[3] Gutiérrez G. fue uno de los grandes críticos literarios, conocedor como ninguno de la literatura latinoamericana, lo que lo llevó a ser profesor titular en la Universidad de Bonn en Alemania; también fue un gran conocedor y exponente de la literatura germánica. En su juventud estudió filosofía con Heidegger, pero su pasión y su fuerte fue la literatura.

Sin embargo, Gutiérrez Girardot demostró conocimientos en la filosofía de Heidegger, al traducir la Carta sobre el humanismo que publicó en la editorial Taurus de la cual fue cofundador, así como de la obra de Nietzsche, pues hizo el prólogo de la edición del Anticristo (aunque él, con su rigurosidad filológica, decía que la traducción correcta era El anticristiano) que publicó en Colombia la editorial Panamericana; también tradujo los Ditirambos dionisiacos que publicó en Bogotá El Áncora Editores, a la vez que escribió un libro sobre el filósofo alemán titulado Nietzsche y la filología clásica, en el que expone el debate que suscitó Nietzsche tras la publicación de su primer libro El nacimiento de la tragedia.[4]

Gutiérrez Girardot fue un hombre culto, bien formado, sin embargo gustaba de la polémica; era ávido de suscitar disputas con su crítica que, por lo regular era demoledora y destructiva. En ella dejó entrever varios de sus excesos. A Estanislao Zuleta, en una reseña que hizo de su libro “Sobre la idealización en la vida personal y colectiva y otros ensayos”, lo llamó- desprestigiando su formación de autodidacta, que Gutiérrez consideró como un problema-, un multifilósofo, que decía “cantinfladas” filosóficas para impresionar incautos igualmente mal formados. En ésta reseña el erudito profesor de Bonn se burla inmisericordemente del Honoris causa que la Universidad del Valle le otorgó a Zuleta. Lo mismo sucedió con Ortega y Gasset, a quien en su libro Provocaciones llamó periodista, estafador, simulador majestuoso, que se había autoproclamado el salvador de España. De la influencia de Ortega en Colombia sostuvo, mofándose del entusiasmo con que fue recibida su obra entre nuestros primeros profesionales de filosofía, que Ortega había reemplazado en nuestras academias a monseñor Rafael María Carrasquilla: “Piense- dijo Gutiérrez a su interlocutor en una entrevista- en el párroco que lee el oficio divino en latín y todos los parroquianos se admiran de lo culto que es el padre; eso mismo hizo Ortega y Gasset.”[5] Es preciso decir, que Gutiérrez Girardot, tal vez en su afán por suscitar polémica, no tuvo en cuenta lo que significó Ortega para España y para América Latina, ni el papel que jugó en la introducción de la filosofía moderna en su país, al ponerlo hablar filosóficamente y al suscitar el interés por la filosofía, tal como lo ha reconocido Cruz Vélez.[6] A pesar de los anteriores excesos, Gutiérrez G. aparece en el libro- ya citado- La filosofía en Colombia. Modernidad y conflicto, de Manuel Guillermo Rodríguez, como el gran y el mejor filósofo de Colombia, junto con un pensador barranquillero cuya obra fue recientemente descubierta y que ha sido- según el autor- injustamente excluido de la historia de la filosofía colombiana.

Por otro lado, si la filosofía es la Lechuza de Minerva, como decía Hegel, ella sólo ha sido en nuestro país un pajarraco desnutrido, abúlico, estrangulado por las redes del formalismo procedimental. La pobre avecilla ha estado pretificada, encarcelada en la jaula de la ignorancia. No ha encontrado una salida de su prisión, no ha logrado verla, pues históricamente ha repetido el vuelo y los aleteos de las grandes águilas europeas, valga decir, de los grandes sistemas filosóficos occidentales; tal vez por eso se halla cansada, exhausta, al punto de la inanición por falta de oxígeno y de libertad. El pasado le oprime su cerebrillo como una piedra y esa piedra es bastante pesada como para poder removerla, así, sin más.

Sin embargo, y pese al panorama anterior, la situación de la filosofía está en estos momentos empezando a dar un viraje importante. Hay en nuestro país una gran cantidad de facultades de filosofía, con un buen número de estudiantes matriculados en ellas, con filósofos atentos a los debates mundiales, a la problemática internacional y nacional. En especial, ésta preocupación se da más entre aquellos que están formados en otras disciplinas, por ejemplo, el derecho, la sociología o la Ciencia Política y que han complementado su formación con la filosofía. El filósofo colombiano se está pegando una sacudida y se está empezando a preguntar por la situación de su país. Muestra de ello es un reciente libro titulado La filosofía y la crisis colombiana, que recoge una serie de artículos filosóficos donde se reflexiona sobre la violencia y el conflicto colombiano,[7] lo cual representa un avance, pues el conflicto colombiano siempre ha sido leído por los sociólogos, los historiadores o los politólogos. Ya es hora de que los filósofos empiecen a exponer sus ideas y sus soluciones frente a la problemática nacional. Esto, sin duda, alienta a las nuevas generaciones de filósofos quienes pueden empezar a tener una participación más activa en el destino del país.


[1] Antonio Negri es un pensador italiano, cuyo éxito consiste en que, después de la caída del socialismo, sostiene la posibilidad de realizar el comunismo en las sociedades globalizadas actuales. El comunismo sería una superación de la globalización. Para sustentar su posición teórica ha hecho un análisis de los cambios más profundos que la civilización actual ha producido en la sociedad y en el mundo del trabajo, lectura que es sustentada desde el marxismo y desde interpretaciones bastantes sospechosas de la filosofía de Spinoza. Para Negri, Spinoza permite pensar en la posibilidad actual del comunismo. Una crítica a su obra puede verse en: Damián Pachón Soto, Antonio Negri y Michel Hardt: ¿la <> de la utopía comunista?, en la revista “Planeta Sur”, No. 2, Bogotá, Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, Universidad Nacional de Colombia, 2003, pp. 110-123. Es preciso decir, que el pensamiento político de Antonio Negri es acogido y promocionado en Colombia, especialmente, por ciertos sectores intelectuales de izquierda.
[2] Darío Botero Uribe, Manifiesto del Pensamiento Latinoamericano, Bogotá, Magisterio, 4a edición, 2004, p. 139
[3] Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005) se caracterizó en los últimos años por sus polémicas críticas y diatribas contra diferentes personalidades y corrientes filosóficas. De Octavio Paz dijo que era un Ortega y Gasset con “poncho”. Refiriéndose al posmodernismo francés de Lyotard, Deleuze y Derrida, sostuvo que se trataba de un movimiento de charlatanes promovidos y adobados por el marketing español; por lo demás, los llamó “posconfusos”. Gutiérrez Girardot consideró que lo que caracterizaba la filosofía en Colombia era la simulación, es decir, la manía de los filósofos de mostrarse y aparentar lo que no son; opinión similar expuso sobre algunos literatos.
[4] Rafael Gutiérrez Girardot, Nietzsche y la filología Clásica, Bogotá, Panamericana Editorial, 2000, 222p.
[5] Manuel Guillermo Rodríguez, La filosofía en Colombia. Modernidad y conflicto, Ob. Cit., p. 322.
[6] Danilo Cruz Vélez, Ortega y nosotros, en : “Tabula rasa”, Ob. Cit., pp. 79-87
[7] Rubén Sierra Mejía, (compilador), La filosofía y la crisis colombiana, Bogotá, Taurus, Universidad Nacional de Colombia y Sociedad Colombiana de Filosofía, 2002, 311p.


1 comentario:

  1. Pienso que la dicotomía entre filosofía latinoamericana versus filosofía europea es un falso diléma. Cuando estudie filosofía en la universidad los profesores nunca hablaron de filosofía latinoamericana. Sólo cuando me gradue comencé a leer a Estanislao Zuleta y me di cuenta que él tenía la capacidad hacer accesibles los problemas fundmentales de la filosofía universal, con un lenguaje muy colombiano.

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