Finalizando
el año anterior uno de los temas más comentados fue el del pobre desempeño de
los estudiantes de Colombia en las pruebas Pisa. De muchos sectores saltaron
expertos mediáticos que con sus dedos inquisidores señalaban a los culpables. Cuestionaron
a la ministra de educación y ella se lavó las manos cual Pilatos diciendo que
el problema era la mediocridad del personal docente que había en el país.
Siempre la cuerda reventándose por lo más delgado, y cómo los profesores ya no
tienen quién los represente, porque contar con Fecode como diría la canción “es
estar solo dos veces”.
Que
los maestros son unos vagos, que están mal preparados, que se la pasan
peleando, que tienen demasiadas vacaciones al año, eso es lo que siempre se
dice, mas no cuentan que la política de calidad educativa en Colombia es un
espejismo, ¡la tal calidad no existe! —como diría el presidente—, porque la
educación se volvió un negocio, un negocio muy lucrativo que se basa en cifras
y no en calidad. —Entonces lo de la calidad dejémoslo de lado—.
La
mayor parte del tiempo, estos expertos mediáticos se la pasan criticando
desde fuera, no ven las
realidades de un aula de clase, y sobre todo de un aula del sector
público. Terminan
tratando a los maestros como unos ignorantes que no innovan, algunos
periodistas nos hablan de sistemas educativos que en su vida se han
dedicado a profundizar. Como provienen de los medios, estos —¿expertos?— solo
critican, no profundizan, no ven más allá de la realidad de los
colegios de sus hijos, casi todos instituciones educativas de estratos
altos en donde los
salones no están atiborrados de alumnos y existen otro tipo de
realidades
afectivas y socioeconómicas. Ven la vaca desde el microscopio, o sea; no
ven la
totalidad, con hablar bonito y con criticar piensan que se va a salvar
la
educación.
La
mediocridad de la que hablan, casi siempre es impulsada por las políticas públicas
que pululan en nuestro país y de las cuales poco se detienen a analizar, en dónde el colegio se volvió para el estudiante la
ley del menor esfuerzo; pues los estudiantes saben los estándares que rigen el
negocio de la educación en el país, saben que de un grupo de cuarenta solo
puede perder el año uno, o a veces ninguno, dependiendo de las directrices que
les den a los rectores y coordinadores, quienes someten a los docentes a pasar a
los menos peores —lo que importa es que pasen, no que aprendan—.
Es
más, la secretaria de educación distrital el año pasado envió un correo a
las
instituciones, donde decía que el último período académico fuera de
recuperación, de
modo que tocó parar para que los estudiantes se pusieran al día con sus
logros
no alcanzados, al final muchos alcanzaron el logro, pero no aprendieron,
y todo se hizo por cumplir con la política pública distrital de
educación, que nos muestra unas cifras dizque muy alentadoras.
Ahora
la evaluación en los colegios no se basa en lo aprendido, sino en posiciones
subjetivas tales como: “¿me dejo dar clase o no?”, “¿me cae bien o mal?”, “ese
finalmente no es tan malo”, “ a ese pobre toca ayudarlo”, etcétera. Porque si
nos ponemos a medirlos por los estándares de lo aprendido muy pocos aprobarían.
Es más, que lo digan las universidades que han tenido que replantear sus syllabus para que los estudiantes no se
queden en los primeros semestres; es más, hay universidades como la Minuto de
Dios que hacen actividades de nivelación para que no se quemen en primer
semestre.
El problema no es
la inversión, es la falta de una política pública
clara que diga qué es lo que se quiere de la educación en Colombia, las
políticas hoy hablan de educación más en términos mercantiles y
económicos, que
en términos pedagógicos que de verdad busquen sacar lo mejor del
individuo, prepararlo para los nuevos retos del siglo XXI y donde se
acorten las brechas sociales. La educación en Colombia está
lejos de mejorar, está cayendo en manos de mediocres, que ven en las
frías
cifras un logro aparente de su gestión. ampliando la desigualdad y
multiplicando su mediocridad, porque de qué sirve una educación gratuita
si es de mala calidad. No solo es la preparación de los maestros, que
tanto en el sector oficial como en el privado, los hay unos muy malos,
como hay
otros que son excelentes, que se desmotivan por la misma dinámica de la
política pública que finalmente resuelve como ya lo mencione
anteriormente,
—que el estudiante debe pasar, no aprender—. Hay que respaldar a los
profesores, hay que devolverles su dignidad.
Porque
eso son las cifras, solo números, nada de fondo que explique la triste
realidad
que vive la educación en el país. Pero eso no importa porque cuando
salgan los
próximos resultados de las pruebas Pisa, esos expertos
mediáticos venderán prensa, harán programas de opinión en radio y
televisión, se rasgaran las vestiduras, aumentarán los formatos para
controlar a los maestros —que de nuevo serán los únicos culpables— y
seguirán dando el eterno diagnostico que finalmente no dice, ni
cambia nada, porque ahora todo es producción en masa, no se puede perder
dinero y más si eso que ellos llaman educación es gratis. Es por ello
que esa ¡Tal educación! en Colombia no existe, por lo menos no para los
más pobres.
Fuente: Epistolas trashumantes
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