Por: Alfredo Molano Bravo
López Pumarejo - Siempre hay que volver al viejo López— construyó,
en un paraje considerado en su momento un más allá de los extramuros de
la melancólica Bogotá de chicha y bombín, la ciudad universitaria en un
campus enorme de 90 hectáreas verdes donde se levantaron edificios
blancos, cómodos, limpios.
Con el tiempo otras
construcciones, con líneas diferentes, fueron apareciendo para las nuevas
carreras y necesidades. El conjunto es hoy un museo arquitectónico. Para los
que estudiamos, peleamos y vivimos en ella, la Nacho era un gran útero del que
no podíamos desprendernos. Hoy es un cementerio de edificios en ruinas. La
gloriosa Universidad Nacional se cae a pedazos, se hunde como un gran barco en
medio de un mar de indiferencia oficial. La mitad de las edificaciones se
vienen de bruces solas; dos han tenido que ser desocupadas y, según estudios,
casi todas podrían venirse al suelo con un medio temblor. ¿Cuál es el origen de
semejante situación?
Digamos
que, en principio, se trata de que la Nación, apoyada en la Ley 30 del
92, sólo aporta lo que la norma considera el aumento presupuestal
mínimo, basado en el Índice de Precios al Consumidor (IPC). Desde el 93
ese “mínimo” no ha sido modificado, es decir, la plata que recibe la
universidad es la misma en términos relativos, pero en términos
absolutos las necesidades han aumentado, sobre todo a partir de la
proliferación de posgrados —con chorizo tecnológico incluido:
laboratorios, bibliotecas, computadores— que impuso el Acuerdo de
Bolonia a finales de los 90. Europa creó un plan de estudios que
permitía la homologación de títulos en consonancia con el ritmo
tecnológico que demandaba el capital. Fácil: se necesitaba abarrotar el
mercado de titulados y de sobretitulados para reducir el costo de la
mano de obra megacalificada para un mercado sin fronteras, la tal “aldea
global”. Colombia no podía quedarse atrás y aparecieron posgrados como
crecen los hongos con la lluvia. Las primeras en afrontar el reto fueron
las universidades privadas, por razones obvias. La universidad pública
fue arrastrada por la creciente y disparó también posgrados a diestra y
siniestra. Pero sin plata. O mejor, con plata sacada del bolsillo de los
estudiantes. En la UN un posgrado cuesta siete u ocho millones de pesos
semestre. Bien vistas las cosas, es una estrategia de privatización de
la educación pública. ¿Cómo pagar profesores estrella y toda la
parafernalia pedagógica posmoderna sin nuevos recursos estatales? De ahí
que la reforma propuesta por Santos esté dirigida a suplir con
inversiones privadas lo que se debería hacer con plata pública. La
iniciativa fue rechazada por los estudiantes, pero no ha sido engavetada
por el Gobierno. Luis Carlos Sarmiento, Pedro Gómez o Amarilo se frotan
las manos. Desde el punto de vista meramente físico —lo que es un fiel
indicador—, la ciudad universitaria —la amada— necesita dos billones de
pesos sólo para ser restaurada. Sobre el asunto, el rector se limita a
pasar el trago amargo y proponer, sentado en su abullonado sillón de
plumas de ganso, una estampilla con la imagen de Santos Acosta, el más
inepto de los generales de las fieras guerras civiles y fundador de la
Universidad Nacional.
La pesadilla está viva. La Nacho, la
gloriosa de mil batallas perdidas, puede ser feriada en la bolsa
inmobiliaria. Pasa con ella como sucede con las viejas casonas
declaradas patrimonio nacional: se dejan derruir calculadamente para
regocijo de los urbanizadores. Hoy, con el plan de remodelación del CAN,
una ancha cincha que protege la universidad por el occidente, quiere
ser vendida para construir “buildings” de vivienda privada. Vender lo
que hoy son las residencias Camilo Torres, la Rectoría —para nosotros
los viejos todavía es Gorgona— y el predio donde se podría construir el
urgente Hospital Universitario —y todo lo que la codicia de los
urbanizadores requiera— es el proyecto en ciernes. ¿Será que a la larga
la Universidad Nacional terminará siendo reconstruida como Zona de
Consolidación en la Serranía de La Macarena, que por ley le pertenece?
Fuente: ELESPECTADOR
NOTA: Leer también el artículo "La Universidad Nacional de Colombia y la crisis de la educación superior auspiciada por el gobierno Santos" de Inti Mesias Barrera, Representante ante el Consejo de Sede Universidad Nacional de Colombia-Bogotá.
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