La normosis
académica
La
enfermedad de la “normalidad” en la universidad
Traducción:
UniNómada, Colombia
www.uninomada.co
Somos todos
normópatas en un sistema académico de formación de investigadores y de producción
de conocimientos que está enfermo, y nuestra Normosis académica ha hecho
naufragar el pensamiento creativo y la iniciativa para lo nuevo en nuestras universidades.
La enfermedad ha estado siempre asociada a la
anormalidad, a la disfunción, a todo aquello que escapa al funcionamiento
regular. En el campo médico, la enfermedad es identificada mediante síntomas
específicos que afectan al ser vivo, alterando su estado normal de salud. A su
vez, la salud se identifica como el estado de normalidad de funcionamiento del
organismo.
En analogía con los organismos biológicos, el sociólogo
Émile Durkheim propuso identificar la salud y la enfermedad en términos de
hechos sociales: la salud se reconoce por la perfecta adaptación del organismo
a su medio, mientras que la enfermedad es todo lo que perturba dicha
adaptación.
Según esto, ser saludable es ser normal, estar
adaptado, ¿cierto? Pero no necesariamente: a pesar de Durkheim, se puede
considerar que, desde el punto de vista social, ser demasiado normal puede
también ser patológico, o puede conducir a patologías letales.
Los pensadores alternativos Pierre Weil, Jean-Yves
Leloup y Roberto Crema han llamado a esto normosis,
la enfermedad de la normalidad, algo bastante común en el medio académico en la
actualidad. Para Weil, la normosis puede
ser definida como un conjunto de normas, conceptos, valores, estereotipos,
hábitos de pensar o de actuar, que son aprobados por consenso o por mayoría en
una sociedad determinada y que provocan sufrimiento, enfermedad y muerte. Crema
afirma que un normópata es aquella persona que se adapta a un contexto y a un
sistema enfermo, y que actúa como la mayoría. Y para Leloup, la normosis es un sufrimiento, la búsqueda
de la conformidad que impide orientar el deseo al interior de cada uno,
interrumpiendo el flujo evolutivo y generando estancamiento.
Aunque fundados en un propósito de análisis personal y
existencial, estos conceptos son muy pertinentes respecto a lo que se vive actualmente
en las academias. Allí, a causa de la normosis,
no es sólo el individuo quien se enferma, quien se estanca, quien deja de
realizar su potencial creador, sino el conocimiento mismo. Y no sólo en Brasil,
sino también en todas partes del mundo.
Peter Higgs, Premio Nobel de Física de 2013, sostuvo
recientemente que, en el medio académico actual, alguien como él no tendría
lugar, que no sería considerado suficientemente productivo y que, si por eso
fuera, probablemente no habría descubierto el Bosón de Higgs (la “partícula de
Dios”), descrito por él en 1964, pero solamente comprobado en 2012, casi
cincuenta años después, con la entrada en funcionamiento de una de las mayores
máquinas construidas por el hombre, el acelerador de partículas Large Hadron
Collider. Higgs le contó al periódico The
Guardian que en su Departamento él era considerado una “vergüenza” por su
baja productividad académica en publicaciones y artículos, y que si no fue
despedido fue por la inminente posibilidad de que ganara algún día el Premio
Nobel en caso de que su teoría fuera comprobada. Él reconoció que, en tiempos
como los nuestros, donde predomina la obsesión por las publicaciones al ritmo
de “publica o muere”, no tendría ni tiempo ni espacio para desarrollar su
teoría. En su época de investigador, no sólo el ambiente académico era otro
sino que él mismo era un desadaptado, un anormal, una especie de disidente que
trabajaba solo en un área fuera de moda: la física especulativa. De modo que
también su teoría es fruto de una saludable “anormalidad”.
Aunque no me sorprenden, las declaraciones de Higgs me
parecen en todo caso estremecedoras: es decir, con los sistemas meritocráticos
actuales de evaluación y arbitrajes, que privilegian la producción de artículos
y no de conocimiento o de pensamientos innovadores, uno de los mayores
descubrimientos de la humanidad en las últimas décadas, que le representó a
Higgs el Nobel en 2013, probablemente no habría ocurrido, como ciertamente
muchos otros avances científicos e intelectuales están dejando de ocurrir a
causa de los sistemas actuales de evaluación de la “productividad en
investigación”. He ahí la normosis
académica cobrando su mayor víctima: el conocimiento mismo.
Por lo demás, nunca se usó tanto la autoridad del Nobel
para señalar los desvíos enfermizos de nuestro sistema académico y científico
como en 2013. Randy Schekman, uno de los ganadores del Nobel de Medicina de ese
año, en un artículo reciente en El País,
acusó a las revistas Nature, Science y
Cell, tres de las mayores en su área,
de representar un verdadero obstáculo para la ciencia al usar prácticas
especulativas tendientes a garantizar sus mercados editoriales. Schekman
menciona, por ejemplo, la artificial reducción en la cantidad de artículos
aceptados, la adopción de criterios sensacionalistas en la selección de los mismos
y una absoluta falta de compromiso con la cualificación del debate científico. Y
afirmó que la presión para que los científicos lleguen a publicar en revistas
“de lujo” como estas (consideradas de alto impacto) los induce a preferir campos
científicos de moda, en vez de optar por trabajos más relevantes. Esto explica la
afirmación de Higgs sobre la improbabilidad del descubrimiento que lo hizo
merecedor del Nobel en el mundo académico actual.
El proprio Schekman publicó mucho en esas revistas,
incluidas las investigaciones que lo llevaron al Nobel: a diferencia de Higgs,
que era un disidente, Schekman sufrió ya de normosis.
Sin embargo, ahora laureado, optó por su propia cura y prometió evitar estas
revistas de ahora en adelante, sugiriendo no sólo que todos hagan lo mismo, sino
también que eviten evaluar el mérito académico de otros en la producción de artículos.
Necesitó un Nobel para liberarse de la enfermedad.
La normosis académica
actual se debe a la meritocracia productivista implantada en las universidades,
cuyos instrumentos diseñados para garantizar la disciplina y esa enfermiza
normalidad son, en el caso de Brasil, los sistemas de evaluación de investigadores
y de programas de posgrado, comandados principalmente por el CAPES y el CNPq. En
las últimas décadas, estos sistemas han convertido a profesores y estudiantes en
productores burocráticos de artículos, apartándolos de los problemas reales de
la ciencia y de la sociedad, así como de la búsqueda de conocimientos y pensamientos
realmente nuevos. La exigencia de productividad es un estímulo a favor del status quo, que obstruye la creatividad,
la iniciativa, el sentido crítico y la innovación, pues innovar, crear, emprender,
salirse de lo normal puede ser peligroso, arriesgado e incierto cuando se tienen
metas productivas por cumplir; por tanto, no es deseable: es más seguro hacer “más
de lo mismo”, que es a lo que la normosis
académica condenó a las universidades y a sus integrantes en todo el mundo.
En un artículo que escribí en 2013, afirmé que la
meritocracia conduce a una ilusión de eficiencia y de progreso que no puede
cumplirse, porque las meritocracias modernas son burocracias. Como bien lo enseñó
Max Weber, la burocracia es una fuerza modeladora ineludible cuando se
racionaliza y se reglamenta cualquier campo de actividad, como es el caso del sistema
científico actual. El sistema fue creado supuestamente para discriminar por
mérito a personas y organizaciones académicas, y sobre esta base se montó un sistema
tal de reglas, criterios evaluativos, jerarquías de valor, indicadores, etc.,
que la burocratización de las actividades académicas se volvió inevitable. En
la actualidad es este sistema el que orienta las actividades de los académicos,
apartándolos de sus propios valores, deseos y convicciones, para que actúen en
cambio en función de la conveniencia en relación con los procesos evaluativos, con
el fin de mantener bajo control los beneficios o castigos que tales procesos
les imponen. Bajo los regímenes de evaluación meritocráticos los académicos se convierten
en burócratas comportamentales; y burócratas, como se sabe, por la primacía de
la conformidad organizacional a la que se someten, volviéndose inexorablemente
impersonalistas, formalistas, ritualistas y renuentes a los riesgos y a los
cambios. Se vuelven normópatas, prefiriendo, en el caso de la academia, una
producción sin significado, sin relevancia, sin sustancia innovadora pero segura,
antes que aventurarse inciertamente en procura de lo nuevo.
Ahora, después de haber escrito esto en aquel artículo,
descubro que el Nobel de Medicina de 2002, el surafricano Sydney Brenner, en una
entrevista de febrero de 2014 para la King’s
Review, afirmó exactamente lo mismo[1]. Entre
otras cosas, sostiene que las nuevas ideas en la ciencia son obstruidas por los
burócratas de la financiación de las investigaciones y por profesores que les impiden
a los estudiantes de posgrado seguir sus propias propuestas de investigación. Al
menos es alentador darse cuenta que esta realidad insólita no es tan sólo una
versión tercermundista de la búsqueda tardía y equivocada de un lugar al sol en
el campo académico actual, sino una deformación que azota también a los
“grandes” de la arena científica mundial. Y también lo es constatar que los
laureados con el Nobel se hayan percatado de esto y lo hayan denunciado al mundo.
De cierta forma, todos en la academia sabemos que estos
sistemas de evaluación académicos han llevado a un productivismo estéril, pero
eso no ha bastado para cambiar ni las conductas personales, ni las directrices del
sistema, porque la normosis es una enfermedad
colectiva, no individual: proviene de la necesidad de legitimación del individuo
frente al sistema de reglas, normas, valores y significados que se le impone. Es
por eso que el investigador australiano Stewart Clegg afirmó alguna vez que “los
investigadores que buscan legitimación profesional pueden con mucha facilidad
ser presionados para aprender más y más sobre problemas cada vez más anodinos e
irrelevantes, y a investigar más y más sobre soluciones que no funcionan”.
Pero ahora me asalta una pregunta curiosa: ¿por qué
tantos galardonados con el Nobel han denunciado este sistema? Porque, según
creo, debido a la altura de la distinción recibida, ya no tienen ningún
compromiso con la meritocracia académica y pueden hablar libremente del daño que
ella causa a ideas tan genuinamente innovadoras que pueden incluso ameritar los
laureles. Pero también porque el Nobel escapa a la lógica de la meritocracia, no
es un mecanismo meritocrático, por tanto, no es burocrático. ¡Es incluso más de
tipo político que meritocrático y burocrático! Es un reconocimiento de “mérito”
sin ser una “cracia”. O sea que no hay, a través suyo, un sistema de gobierno de
las actividades científicas, y por eso no conduce a una racionalidad formal, pues
nadie que esté en sus cabales basaría su actividad académica cotidiana sobre la
improbable meta de ganarse, tal vez ya en la vejez, el premio Nobel; y aún si
tuviera este excéntrico propósito como pauta, tendría que escapar de la
meritocracia que gobierna los sistemas científicos actuales para llegar a un
lugar reconocidamente distinto, pues ser normal no conduce al Nobel.
Pero no es ese el mundo de la vida de los seres académicos
de hoy. En dicho mundo vivimos bajo una meritocracia burocrática, y en un contexto
semejante poco sirven las advertencias de la editora en jefe de la revista Science, Marcia McNutt, publicadas en el
periódico Estadão, cuando afirmaba
que la ciencia brasilera debe ser más valiente y osada si quiere ganar en
importancia en el escenario internacional. Según ella, para crear esa valentía
es preciso aprender a correr riesgos y aceptar la posibilidad del fracaso como
un elemento inherente al proceso científico. Pero cuando las personas son
castigadas por el fracaso, o cuando están enseñadas a que fracasar no es un
resultado aceptable, dejan de arriesgar; y quien no arriesga no produce grandes
descubrimientos, sólo produce ciencia incremental, de bajo impacto, que es
según McNutt el perfil general de la ciencia brasilera en la actualidad. Tal es
la normosis académica “a la brasilera”
vista desde afuera.
A fin de cuentas, somos todos normópatas en un sistema
académico de formación de investigadores y de producción de conocimientos que
está enfermo, y nuestra normosis
académica ha hecho naufragar el pensamiento creativo y la iniciativa para
lo nuevo en nuestras universidades. Sin ellos, empero, no hay ningún futuro
significativo para la vida intelectual dentro de dichas instituciones, ya sea en
el campo de las ciencias o en el de las artes.
*
Publicado en: Lia, mas não escrevia:
contos, crônicas e poesias. (Nascimento, L.F.M., Org.). Porto Alegre, 2014,
pp. 245-247. E-Book disponible en: http://luisfelipenascimento.net/wp-content/uploads/2014/06/Lia-mas-n%C3%A3o-escrevia.pdf
[1] “La academia y las
editoriales están destruyendo la innovación científica: Una conversación con
Sydney Brenner”. Disponible en:
http://kingsreview.co.uk/magazine/blog/2014/02/24/how-academia-and-publishing-are-destroying-scientific-innovation-a-conversation-with-sydney-brenner/
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