Corría 1982 y los pocos alumnos de Filosofía de la Nacional que íbamos para el sexto semestre, no más de media docena, comentábamos quién sería el profesor de epistemología. Por lo general, casi a la víspera del comienzo de las clases se publicaba en la cartelera el listado de maestros.
Todos, sin excepción, aplaudimos la decisión de la Facultad de que nos tocara con Guillermo Hoyos. Sus clases siempre estaban motivadas por la agitación que representaban los temas novedosos.
Y así fue. Hoyos desde un comienzo se despachó con un anuncio: “Muchachos, este semestre vamos a trabajar un filósofo que anda inquietando este mundo del pensamiento, se trata del vietnamita de Tran Duc Tao”.
De inmediato nos recomendó su obra capital Fenomenología y materialismo dialéctico, editada en 1951. Desde ese momento comprendí que Hoyos era el profesor de filosofía más ajeno, por convicción y sobre todo por amor a sus discípulos, a las coyundas del dogmatismo.
Educado en la Universidad de Colonia, Alemania, con una tesis laureada sobre la fenomenología de Edmund Husserl, no veía imposible que un pensador marxista como Tao y a la vez admirador de Husserl podrían congeniar en sus tesis sobre las realidades de este mundo.
Fue uno de los semestres de mayor debate que haya tenido donde casi la media docena de alumnos se consideraba seguidora de las doctrinas de Marx.
Y así era siempre Hoyos. Nunca se limitó a las escuetas cartillas del saber. Le fascinaba contraponer las más encontradas escuelas para bucear sus verdades. Y todo en medio del sacudón del tema palpitante, marcado por una vehemencia nada hiriente en la exposición.
Desde entonces comprendí que Hoyos era el más intransigente defensor de la diferencia. Así lo entendía con la introducción de un marxista que hizo suyo como Tran Duc Tao.
Con razón sus colegas lo describieron como el profesor que “reabre continuamente sobre el país posible, la paz, la cultura política, la democracia, la inclusión social y cultural y el perdón. Guillermo Hoyos representa, para la academia colombiana y latinoamericana, un auténtico maestro; un maestro por su disposición para la crítica, el libre examen y la renovación de las ideas” como señaló Eduardo Rueda, Profesor Asociado de la Pontificia Universidad Javeriana.
Hoyos, educador de más de medio siglo, el primer doctor en Filosofía que tuvo el país, ha sido un eterno convencido de que desde el respeto por la diferencia y la formación de buenos ciudadanos es posible construir una sociedad más justa, ordenada y solidaria. Su compromiso con la democracia lo acercó a la iglesia y también lo alejó de ella, lo volvió docente, representante de los maestros, líder de programas académicos y eminencia intelectual como dijo El Espectador.
Oriundo de Medellín, creyó, desde niño, en su vocación social. A los 11 años se unió a los jesuitas, los primeros sacerdotes que prescindieron de la sotana y se volcaron a las comunidades pobres para ayudarlas desde adentro. Los curas estudiaban a Marx, investigaban otras religiones y convivían diferentes razas y creencias.
La ruptura de Hoyos con la iglesia se dio luego de viajar a Alemania donde estudió teología en la Universidad de Frankfort, bajo los preceptos del Concilio Vaticano II, y más adelante se convirtió en doctor de Filosofía de la Universidad de Colonia. A su regreso Hoyos se declaró en desacuerdo con los lineamientos de la iglesia colombiana y después de más de treinta años de servicio, renunció al sacerdocio en 1976.
Sin embargo, murió cerca de los jesuitas, tan cerca que fue el último director de su instituto Pensar, adjunto a la Universidad Javeriana y al Instituto de Bioética.
Como anotan las referencias de prensa, se dedicó a la docencia y se convirtió en un activo seguidor y el principal gestor latinoamericano de las teorías comunicacionales del sociólogo alemán Jürgen Habermas. Desde su discurso se planteó estrategias pedagógicas basadas en la escucha y el respeto por las opiniones libres, quizá por eso en un reciente homenaje, profesores como Nathalie Chingate, de la Universidad Javeriana, resaltaron la capacidad de Guillermo Hoyos de enseñarles a través del ejemplo la capacidad de “aprender y desaprender y de construir y deconstruir los modelos de formación”.
”Su fin es caminar hacia una ciudadanía amable, incluyente y propositiva” dice Chingate.
Por eso no dudó un instante cuando Camilo Gonzáles Posso, director del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, le propuso en abril de 2010, dictar una cátedra magistral en el ciclo de conferencias para docentes del Distrito “Memoria con sentido de futuro”.
Hoyos disertó ante más de medio millar de maestros sobre la enseñanza de las ciencias sociales y su papel en la consolidación de una sociedad incluyente, participativa y democrática. Ya lo aquejaba una enfermedad mortal. Pero se le vio con esa entereza y poder de convicción que rayaba en el discurso de tribuna.
El tema lo tocó tomando como referencia fundamental al maestro Walter Benjamin, autor de Tesis sobre la filosofía de la Historia, apartes de cuya obra citó para expresar que es hora de revertir el aserto de que la historia la hacen los vencedores.
Hoyos reivindicó el papel de las víctimas, de los excluidos, de quienes no aparecen o están invisibilizados, y señalando algunos puntos de la obra de Kant, La paz perpetua, recordó que “no debo hacer la guerra, ni a mis congéneres ni a mis vecinos”, para indicar que lo más pedagógico es reconocer al otro, estar en el pensar del otro.
Hoyos, que se apoyó en unas láminas inmensas en power point que cubrían las paredes de tres costados del salón de actos de Compesar, con citas de varios autores subrayó que la educación es comunión y a la vez comunicación, esencia de la participación.
El Maestro consideró que lo fundamental para la enseñanza no debe partir de la competitividad y el éxito como lo multiplican los medios malsanamente, sino en la cooperación, la colaboración, para desarrollar los activos sociales.
Una praxis que llevó siempre consigo. De ahí su impronta en los diálogos que culminaron en los acuerdos de paz con el M-19 en 1989. Y el proceso de paz con las FARC de la Uribe.
Varias veces lo encontré en Casa Verde, en 1984, él como miembro de la Comisión de Verificación del Cese al Fuego con las FARC y yo como periodista. Siempre sonriente, hablando duro, fraterno y lleno de fe en los caminos de paz. Se saludaba de abrazo con Marulanda y Jacobo Arenas Hoyos, quienes lo escuchaban con respeto. Hoyos siempre fue un filósofo, pero también un hombre acción. Hoy continuaría brindando todo su entusiasmo al proceso de la Habana.
Tomado del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación
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Fuente: Aporrea
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