Compartimos con todos ustedes este texto del Prof. Carlos Enrique Restrepo. Conferencia pronunciada en el Seminario:
“Generación y corrupción de la Universidad”, el 29 de agosto de 2012,
organizado por la Asociación de Profesores de la Universidad de
Antioquia (Asoprudea). La publicación del texto se hace con el consentimiento expreso de su autor y agradecemos, por petición del mismo, no ponerla en Facebook.
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LA DESTRUCCIÓN DE LA UNIVERSIDAD
Autonomía y éxodo del conocimiento hacia la universidad nómada
A Alberto González Mascarozf, entre las ruinas, esta expresión de solidaridad.
La empresa de sometimiento y control creciente que se extiende hoy sobre todos los órdenes de la vida, sostenida por los agenciamientos incalculables de expropiación, emplazamiento y usura de todas las fuerzas vivas, hace cada vez más apremiante lo que podría llamarse una filosofía política de la Universidad.
Un campo semejante tendría la función de servir de laboratorio para el trazado de las operaciones estratégicas que demanda la salvaguarda del conocimiento, en tiempos en los que éste va siendo confiscado al servicio de los múltiples poderes orquestados bajo la integración del capitalismo mundial, los cuales han insertado el trabajo del pensamiento en un sinfín de relaciones productivas que implican una desnaturalización del concepto, la práctica y el sentido de los saberes al condicionar su desarrollo a patrones finalísticos, y al someterlos a los dispositivos de gestión, medición, evaluación y estandarización que constituyen los modelos hoy en día imperantes de lo que se acepta sin cuestionamiento alguno bajo la categoría de “investigación”.
Dicho de otra manera, las relaciones de poder-saber propias de la contemporaneidad han ocupado por completo y transformado consecuentemente el espacio de la Universidad. Al hacerlo, han amalgamado en ella un núcleo multidireccional de complejas luchas, en medio de las cuales la antigua institución universitaria ha sido recodificada bajo los rigores de una nueva axiomática no siempre clara, sino más bien imperceptible y difusa, como lo son de hecho todas las operaciones que tienen lugar en el “teatro de los procedimientos” a los que juegan ecuménicamente las agencias y los agentes de los ordenamientos economico-políticos en la actualidad.
La instalación de una cada vez más endurecida burocracia académica, con sus correspondientes andamiajes normativos y sus interminables mediaciones reglamentarias, son los signos inconfundibles de los progresos a los que ha llegado esta transformación. Ésta alcanza, sin duda, a ser propiamente ejercida a la manera de una destrucción de la Universidad canónica que se ordenaba por dos condiciones fundamentales, hoy en día inexistentes: una soberanía incondicional y excepcional respecto a los poderes (el Papa, el emperador, el rey); y el consecuente carácter libre de la investigación (in vestigium ire).
Como nos lo recuerda el filósofo Michel Henry, una huella de la primera condición se observa todavía en el principio según el cual las autoridades de policía y de justicia no tienen el derecho (aunque lo hagan por la violencia de hecho) a penetrar los campus universitarios, salvo en caso de recibir invitación de un decano o rector con ocasiones protocolarias, que de suyo implican suspender la intelligenzia militar o policial ; la segunda condición se refleja en la autonomía inherente a los cuerpos académicos de dirimir los litigios que pueda suscitar el cultivo de los saberes, de darse colegiadamente su propia norma, y de mantener una distribución ordenada y parcial de los conocimientos en institutos y facultades.
En rigor, ninguno de estos principios estructurales sobrevive en la actualidad. En ello, más que una modificación apenas exterior, es facil advertir que propiamente ha sido destruida la idea y la esencia misma de la antigua universitas, formada bajo este nombre desde finales del siglo XII y definida en tiempos de Alfonso X por la voluntad de maestros y escolares de cultivar los saberes (Siete partidas, Partida II, tít. XXXI) . Esta destrucción, empero, tiene que ver mucho más que con el hecho de que la Universidad contemporánea haya perdido su soberanía y su libertad, al ser ocupada por intereses extracognitivos. Lo que queda de este modo destruido es también su necesaria copertenencia con la humanitas, habida cuenta del fracaso del proyecto humanista ilustrado que justamente ha tornado imposible cualquier idea de “humanidad”. La destrucción de la Universidad es, en esa medida, una característica más de una contemporaneidad que podría decirse situada en el horizonte de lo posthumano. Este se dibuja en la perspectiva misma de la barbarie tecnocientífica, ya no como una amenaza futura, sino como lo propio de nuestro tiempo suspendido en ese estado “gestionario” del nihilismo, asegurado bajo la estrategia de “doble articulación” a la que juegan el capitalismo global y la biopolítica.
En este horizonte localizamos nuestra tentativa de repensar desde su condición presente las perspectivas de la Universidad. Estas propenderán, según dijimos, al establecimiento de su filosofía política, pero también necesariamente en contiguidad con una crítica de la economía política de la Universidad. Una tentativa semejante tiene la fortuna de contar ya con muchos precursores, caso de Martin Heidegger, Jacques Derrida, Michel Henry, Peter Sloterdijk, Alain Renaut, Michel Onfray, Franco Berardi, Paolo Virno, Gigi Roggero, Giuseppe Cocco, entre muchos otros, a los que recurriremos ―aunque no siempre de modo explícito― en las consideraciones en todo caso provisionales a las que se arriesga esta exposición. En lo que sigue, seguiremos tres ejes de análisis, a sabiendas de que podrían ser muchos otros: 1) La transformación de la episteme moderna; 2) Para una crítica de la economía política de la Universidad; y 3) Resistencia y reinvención en la universidad nómada.
LAS TRANSFORMACIONES DE LA EPISTEME MODERNA
Dependiente de la episteme moderna y de lo que significa de suyo la idea de lo racional, el modelo de Universidad vigente desde hace dos siglos, si se toma como paradigma la Universidad de Fichte, Humboldt y Hegel, ha sido determinado por el espíritu de la ciencia. Esta última, como bien los han descrito muchísimos pensadores, se caracteriza por anteponer sobre el mundo y los fenómenos ciertas relaciones como la objetivación, la representación y la instrumentalización que han formado este tiempo de la técnica, cuyos alcances hemos visto desplegarse históricamente en el hecho reiterado de la devastación, y sin las cuales no serían posibles los emplazamientos de los que hoy disponemos en proporciones cada vez más incalculables.
La desmesura de la tecnociencia moderna implica un desalojo de otras relaciones con el conocimiento como la que sostienen los saberes ancestrales, o también, para permanecer en la tradición occidental, como la que otrora sostuvieron los más excelsos saberes de la Edad media, Roma, Grecia o Egipto: la teología, el derecho, la filosofía y las matemáticas. La racionalidad instrumental o tecnocientífica, en cambio, es portadora de un régimen de finalidades que desaloja a la naturaleza, y en general, a la vida de su propio ser para hacerlas pasar por la empresa de apropiación y usura de funciones no humanas, que han convertido el oikos (la tierra) en una inmensa despensa para otro tipo de finalidades.
Lo característico de la tecnociencia es la investigación. Esta no es un saber, sino su organización y administración bajo patrones finalísticos, a la que por lo demás es inherente la hiperespecialización. La Universidad moderna, levantada sobre esta concepción del conocimiento, queda enganchada a ese espíritu propio de la ciencia y se torna el agente de su modelo de racionalidad. La Universidad resulta así convertida en la empresa que engloba los conocimientos, restringidos cada uno a sus respectivas parcelas por lo general incomunicadas, pero atravesadas todas ellas de manera análoga por las mismas relaciones de experimentación, cuantificación, registro y cálculo que garantizan el régimen de verdad del conocimiento llamado “científico”, y en torno al cual la episteme moderna levanta —de manera contante y sonante— sus tablas de valores.
En el siglo XX, Martin Heideger supo advertir de manera inequívoca lo que este espíritu de la investigación implicaba para la Universidad. Así lo consignó de modo iluminador en los Beitrage zur philosophie, justamente en el marco de una reflexión más amplia sobre la ciencia moderna, en la cual inserta su importante punto de vista en tono a la Universidad:
Las “Universidades” como “sitios de investigación y enseñanza científica” se convierten en meros establecimientos y siempre “más cercanos a la realidad”, en los cuales nada llega a decisión. Conservarán el último resto de una cultura decorativa sólo por tanto tiempo cuanto ante todo tienen que permanecer todavía a la vez como medios de propaganda de “política cultural”. Cualquier esencia de universitas ya no podrá desarrollarse a partir de ellas: por una parte, porque la toma en servicio popular-político hace tal cosa superflua, pero luego, porque la actividad científica misma sin lo “universitario”, es decir, aquí simplemente sin la voluntad de meditación es mucho más segura y cómoda de mantener en curso. (…) Si se llega, como se tiene que llegar, al reconocimiento de la esencia predeterminada de la ciencia moderna, de su mero y necesario carácter servicial emprendedor y de las requeridas organizaciones para ello, entonces en el horizonte de este reconocimiento tiene que esperarse y hasta calcularse en el futuro un enorme progreso de las ciencias. Estos progresos traerán la explotación y utilización de la tierra y la crianza y amaestramiento del hombre en estados hoy todavía irrepresentables, cuyo ingreso no podrá ser impedido ni tampoco sólo detenido a través de ningún recuerdo romántico en algo anterior y diferente. Pero estos progresos serán también registrados siempre de modo más insólito aún como algo sorprendente y llamativo, acaso como producciones culturales, y serán verificados y consumidos en serie y en cierto modo como secretos comerciales, y distribuidos en sus resultados. Tan sólo cuando la ciencia haya alcanzado esta discreción fundamental del desarrollo, estará adonde ella misma impele: se disolverá entonces ella misma con la disolución de todo ente .
El tono ciertamente oracular de Heidegger se cumple en nuestro presente a carta cabal. La Universidad sobrevive sin lo universitario, más bien comandada por el apremio tecnocientífico, con todo lo que este implica de antagónico para la reflexión pensante que se ve degradada de tal suerte a una inmensa diáspora de pseudo-saberes cuyos dinamismos o bien se hunden en la eficacia, o bien sucumben a un régimen de opiniones a menudo trivializantes. En el primer caso, se trata de la lógica de la “investigación dirigida”, es decir, antiuniversitaria, que es más afín a otro tipo de dispositivo: lo militar. Jacques Derrida lo ha descrito como el régimen de una investigación autoritariamente programada, orientada, organizada con vistas a su utilización en equipamientos bélicos, “cuyo rasgo es más sensible en los países en donde la política de investigación depende estrechamente de unas estructuras estatales o nacionalizadas, pero cuyas condiciones resultan cada vez más homogéneas entre todas las sociedades industrializadas de tecnología avanzada” . En el segundo caso, se trata del funcionalismo de otro tipo de régimen, el de las opiniones que teledirigen los modos de vida, el deseo y las mentalidades, que se intensifica con el paso de la Universidad de élite a la Universidad de masas, de modo que la diáspora de los conocimientos se generaliza en la infinidad de programas algunos ciertamente irrisorios que componen la Universidad.
En esa medida, no es extraño que el trabajo del conocimiento haya pasado a regirse bajo esa condición pseudo-burocrática de quien ocupa un lugar, cualquiera que sea, en la Universidad. Los sistemas de cuantificación, indexación, control, registro, financiación e incentivos hacen evidente esta destrucción de lo universitario a merced de los modelos de investigación ecuménicamente organizados, cuyo canto de sirenas ha embrujado a todos los estamentos y ocupado por completo el espacio de la Universidad. Los poderes instalados en ella son a veces irreconocibles. Quizás es allí donde cabe hacerse las preguntas fundamentales: ¿Qué es un estudiante? ¿Qué es un profesor? ¿Dónde encontrar un maestro? ¿Cuál es el sentido del saber? Sin el ánimo de una añoranza romántica, sin la nostalgia de un pasado irrecuperable, tal vez estas preguntas impliquen una dimensión originaria de sentido, que rompa el embeleco de los regímenes que bajo la rúbrica mercantil y eficientista de la investigación se han apropiado el trabajo del pensamiento, y puedan trazar una brecha en medio de la decadencia del presente.
PARA UNA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA DE LA UNIVERSIDAD
Si desde el punto de vista de la concepción del conocimiento la investigación resulta un rasgo característico de la Universidad, otro de sus rasgos decisivos estriba en las transformaciones a nivel de la concepción del trabajo y de la producción. A la luz de esta transformación, que se resume en el paso del trabajo material al trabajo inmaterial, los dominios de la información y la tecnociencia han adquirido plena autonomía e independencia respecto de los demás dominios de la vida y de la producción social, constituyendo en sí mismos un nuevo Leviatán, levantando una política. Al ritmo de la religiosidad ecuménica del mercado de los objetos y en función de un despotismo germinal, se reorganizan los diferentes universos referenciales y una nueva axiomática modifica las esferas de valoración. Sobre fondo de esta mutación, el viejo conservadurismo adquiere una función actual ligada al modelo de la seguridad y el terror, que configura un conjunto de coacciones específicas al cual se enfrentan la creación científica, técnica, filosófica, estética y política, pues tales coacciones modelan la conducta de los hombres dotándolos de una subjetividad orientada hacia la pura y simple empiricidad inmanente del consumo. Esta ecumene del mercado y el miedo, que se llama a sí misma “democracia”, desconoce la procesualidad singularizante de los procesos locales que permanentemente se desvían de la homogenización y restablecen una heterogénesis en la que lo ancestral vuelve en función de una reconstitución territorial que se procura una nueva consistencia y nuevos modos de valoración ético-política y ético-estética.
La producción del conocimiento dentro de la institución universitaria pasa por la criba de esta axiomática, sin duda más rígida e implacable que los anteriores modelos de codificación o sobre-codificación, pues están ritmados al tenor de las crisis mundiales y sus recomposiciones globales. Por eso más que una epistemología, la Universidad necesita una crítica de su economía política, la cual ha sido amplia y notablemente desarrollada por los teóricos de un movimiento de pensadores y activistas italianos de inspiración marxista conocido en algunos ámbitos como el autonomismo italiano . Este movimiento ha aportado las categorías fundamentales para describir el lugar de la Universidad en el escenario global de la lucha por el conocimiento. Para establecerlo habrá que tener presentes las fases por las que ha pasado ya el proceso de expansión capitalista: 1) un capitalismo mercantil formado alrededor de los intercambios de la producción artesanal y agrícola; 2) el paso a un capitalismo industrial organizado desde inicios del siglo XIX mediante la producción fabril, fase en la cual surgieron los sujetos políticos constitutivos de toda la teoría marxista: una burguesía de propietarios industriales y el proletariado; y 3) una nueva fase del capitalismo post-industrial en la que nos encontramos hoy, denominada capitalismo cognitivo.
Entre cada una de estas fases, lo que resulta determinante son las transformaciones en la concepción del trabajo y de la producción. En el primer caso, se trataba de un capitalismo rural, con viejas maneras heredadas todavía de la producción feudal, con clases sociales bastante simples como la aristocracia, los artesanos o el campesinado. En el segundo caso, se trata de un capitalismo cuyo proceso es correlativo al surgimiento de las urbes, y en el que la producción se organiza alrededor de las máquinas, lo que propició una organización en masa de las fuerzas productivas, en razón de lo cual la producción de valor pasó a depender directamente de la producción de manufacturas. Marx y Engels describieron con gran precisión el campo de fuerzas formado por este capitalismo industrial mediante las relaciones de clase, con categorías que todos conocemos como la lucha de clases, el trabajo enajenado y la explotación, nociones que sirvieron para la autocomprensión de las clases proletarias y su proyecto de emancipación. En el tercer caso, en cambio, se trata de la producción en condiciones sociales de un alto nivel de desarrollo tecnológico, de sociedades comandadas por máquinas informáticas y sistemas de información masivos, en las que el valor no depende ya de la producción de bienes ni mercancías, sino de la producción de saber. Dicho en otras palabras, en el capitalismo cognitivo el conocimiento es la genuina fuente de la producción de valor. Para ello han tenido que darse estas enormes transformaciones en la concepción del trabajo, no siempre reconocidas y a veces imperceptibles en la cotidianidad.
El postulado de base para estos teóricos es, pues, que hemos pasado del trabajo material, propio de las dos primeras fases del capitalismo, a un tipo de trabajo llamado trabajo inmaterial. Se trata del trabajo cognitivo, del trabajo que realizan los desarrolladores de tecnología o los manipuladores de signos, de la formulación y circulación de consignas, slogans y enunciados, de la producción estética, de la producción de discurso, en suma, de un trabajo más abstracto: el que realizamos investigadores, docentes, programadores, comunicadores, mercadotecnistas, publicistas, creadores de todo tipo, un trabajo que en sus inicios es altamente valorizado, que en consecuencia precariza todavía más los viejos regímenes de producción material (del campo, del taller, de la fábrica), y que ocasiona otros escenarios de trabajo como el laboratorio, otras prácticas como las del trabajo ingenieril, y otras formas de vida como las del trabajo deslocalizado o teletrabajo. Esta condición se refleja en todos los órdenes: aparecen los discursos del capital humano, la educación es relanzada vertiginosamente a las dinámicas de la mercantilización general, las universidades pasan a verse disgregadas en una enorme gama de saberes imposibles de ordenar en facultades, calan en ellas los sistemas de competencia e incentivos, se disuelven las fronteras entre el tiempo de vida y el tiempo de trabajo, aparecen otras urgencias como la de la innovación y toda una orquestación económico-política que apunta a confiscar la producción de saber imponiéndole sus ritmos y sus finalidades… Esto no significa, lógicamente, que el trabajo material desaparezca; ciertamente sobrevive, como sobreviven también los trabajadores operarios de estos sectores de la producción, a saber: en condiciones precarias e infamantes, sólo que pasan a un renglón muy secundario ―e incluso, terciario― de la economía que en adelante se orienta a explotar las nuevas formas de producción.
El propio Marx había previsto este cambio de la producción material al trabajo inmaterial, cuando advertía que también el desarrollo industrial y tecnológico era producido en un movimiento de apropiación progresiva del trabajo vivo, sólo posible donde se había alcanzado un desarrollo determinado de las fuerzas productivas, específicamente, las del conocimiento y la ciencia . Esto significa que las fuerzas asociadas al trabajo del conocimiento se ponen en el centro de las fuerzas vivas, y por tanto, en el centro de los intereses del capital. El desarrollo del capitalismo, de este modo, demuestra ―dice Marx― “hasta qué punto el conocimiento social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata”, para lo cual acuña una noción nueva: la del General Intellect o Intelecto General.
Entre los pensadores italianos, Paolo Virno ha extraído asombrosas consecuencias del concepto marxista de Intelecto General. Las más importantes son: que el trabajo del conocimiento deviene la columna vertebral de la producción social, lo que lo convierte en un el primer objetivo del control capitalista; que la politización del trabajo se inicia, no tanto cuando se lo somete a la explotación material, sino cuando el pensamiento deviene el resorte principal de la producción de riqueza; que la actividad del pensamiento deja de ser privada, es decir, una labor individual como en las antiguas élites académicas de la burguesía, y que más bien se vuelve exterior y pública, es decir, política, al punto que “la actividad laboral puede absorber en sí muchas de las características que antes pertenecían a la acción política” .
Así, el trabajo cognitivo se sitúa en el centro de los intereses del capital. Esto ocasiona una nueva lucha social, la lucha global por el conocimiento, que pasa por muchos registros, y entre ellos, lógicamente, por el de la Universidad. Las transformaciones a nivel del trabajo implican, ciertamente, la disolución de la Universidad canónica, tan bien descrita por Kant en El conflicto de las facultades , cuyo contexto es el del proceso de masificación y mercantilización de la Universidad. Con esto surge también, en palabras de Virno, una nueva figura del intelectual: la “intelectualidad de masas” , un nuevo sujeto social que hace ya insostenibles figuras como la del “intelectual orgánico” descrito por Antonio Gramsci, y que en su lugar conforma una intelectualidad difusa, dispersa, masificada, hecha de especialistas, que pierde los privilegios de clase del intelectual burgués para aproximarse más bien a una condición pseudo-proletaria del trabajo intelectual, también éste paulatinamente precarizado a medida que se masifica y se cierne sobre él una mayor explotación.
A este nuevo sujeto social, otro teórico italiano, Franco Berardi (Bifo), designa de un modo más simple con el nombre de cognitariado . Según él, así como antaño hablábamos de explotación en la producción del proletariado, el cognitariado resulta ser el sujeto de la explotación en el régimen inmaterial de la producción del capital. Esta noción de cognitariado, según el autor, tiene la ventaja de no perderse en la vaporosa noción de General Intellect, y en su lugar le devuelve carne y cuerpo al sujeto de la explotación intelectual. El cognitariado, como agente real del Intelecto General, es en la definición de Bifo, “el flujo de trabajo semiótico socialmente difuso y fragmentado visto desde el punto de vista de su corporeidad social” . Se trata de los cuerpos agentes del conocimiento general, bajo el estrés psíquico derivado de la explotación constante de las facultades de la atención y del pensamiento, de los cuerpos que dan vida al proceso consciente de la Inteligencia Colectiva (como la llama por su parte Pierre Levy): esa comunidad consciente de individuos cuyo trabajo por naturaleza es el más autónomo, el trabajo del conocimiento, comunidad que tiene frente a los poderes la ventaja de darse a sí misma su propia norma, pero que hoy en día vemos paradójicamente envuelta en relaciones de subordinación y en nuevas formas de explotación.
El cognitariado aparece así como una noción en la que, junto con los precarios y los migrantes, quedan comprendidos los nuevos sujetos metropolitanos en condiciones de explotación para un capitalismo cognitivo que hoy se enmascara en los manidos slogans como el de la innovación tecnológica o la sociedad del conocimiento. Tenemos que empezar por hacer una consciencia de clase de este cognitariado disperso, que hoy va siendo cada vez más arrinconado, y donde más perceptiblemente, en las Universidades. Eso implica nuevas y difíciles luchas: la reapropiación social del conocimiento es una de ellas. Esto implica liberar el conocimiento de la usura universal corporativa, la lucha contra el derecho de autor en todas sus formas (las patentes, la indexación, las bases de datos que comercian a gran escala la producción científica, los rankings…), e inventar nuevas formas de circulación del saber para salvaguardar entre todos el “derecho de lo común” (las políticas de open access, el software libre, etc.); pero sobre todo, implica hacer valer, ante los poderes tecnocráticos, ante los llamados “expertos”, que nosotros, cognitarios, somos los que sabemos, que la producción de saber se traduce en una autonomía real, que impone nuevas tareas y nuevos retos al trabajo del pensamiento.
RESISTENCIA Y REINVENCIÓN EN LA UNIVERSIDAD NÓMADA
En un análisis formidable, Gigi Roggero ha sostenido que, si en las fases anteriores del capitalismo pasamos de la universidad-élite a la universidad-masa, en la actualidad nos encontramos en otra figura de universidad: la universidad-metrópolis . Este nombre no está determinado por las márgenes que delimitan geográficamente las áreas metropolitanas de las ciudades del mundo, sino que se refiere al mundo mismo, a la metrópolis global u orbital, interconectada bajo las condiciones en las que se desarrolla el trabajo inmaterial en torno a la metrópolis. La universidad-metrópolis es un tipo de destrucción de la universidad canónica, que se dirige más allá de su decadencia presente, a saber: a la manera de un movimiento que tiende a su deslocalización, desterritorialización o nomadización. Según Roggero, la producción inmaterial del capitalismo cognitivo implica el hecho de que “la universidad no es el único lugar donde se produce conocimiento y cultura”; en lugar de ello, “la academia se ve excedida por flujos de producción de conocimiento que se diseminan en la cooperación social del área metropolitana” , lo que deslocaliza y descentraliza la vieja universidad. Semejante contexto de nomadización propicia la proliferación de universidades alternativas , que son entre las prácticas las que más se aproximan a la reapropiación del conocimiento por parte del campo social, y que no hay que confundir con los “colegios invisibles” formados a la manera de “sociedades científicas” paleomodernas, pseudoilustradas y burguesas. Para Roggero, lo que este desplazamiento ha ocasionado en la figura de los procesos de autoformación y experimentación es propiamente una universidad nómada, que se disemina a nivel transnacional en concomitancia con los movimientos autonomistas, y cuya prerrogativa no es simplemente “una manera de difundir mensajes antagonistas, sino una línea de fuga y una forma de éxodo de la crisis de la academia en sus formas estatales y empresariales” .
A esta manera de hacer Universidad, formada en la hibridación entre la teoría y la militancia, ha estado asociado el proyecto de Universidad Nómada que en la actualidad se extiende a España, Italia y Brasil . En el caso de Brasil, la Uninomade ha actuado siempre alrededor de la forma-manifiesto, como modo inaugural de un tipo de praxis de lucha, en tiempos en los que la lucha global por el conocimiento implica un compromiso activo de resistencia:
La red Universidad Nómade se formó hace más de diez años, entre las mobilizaciones de Seattle y Génova, los Foros Sociales Mundiales de Porto Alegre y la insurrección Argentina de 2001 contra el neoliberalismo. Fueron dos momentos constituyentes: el manifesto inicial que invocaba la nomadización de las relaciones poder/saber, con base en las luchas de los pre-vestibulares comunitarios para negros y pobres (en pro de la política de cuotas raciales y de la democratización del aceso a la educación superior); y el manifesto de 2005 por la radicalización democrática. Hoy, la Universidad Nómade acontece nuevamente: su Kairòs (el aquí y el ahora) es el del capitalismo global como crisis. En la época de la mobilización de toda la vida dentro de la acumulación capitalista, el capitalismo se presenta como crisis y la crisis como expropriación de lo común, destrucción de lo común de la tierra. Se gobierna la vida: la catástrofe financiera y ambiental es el hecho de un control que necesita separar la vida de sí misma y opone sus diques a los índios y poblaciones ribereñas de Belo Monte, las obras a los operarios, los megaeventos a los favelados y a los pobres en general, la deuda a los derechos, la cultura a la natureza. No hay ningún determinismo, ninguna crisis terminal. El capital no tiene límites, a no ser los que las luchas sepan y puedan construir. La red Universidad Nómade es un espacio de investigación y militancia, para pensar las brechas y los interstícios donde se articulan las luchas que determinan esos límites del capital y se abren a lo posible: mediante el reconocimiento de las dimensiones productivas de la vida a través de la renta universal, mediante la radicalización democrática a través de la producción de nuevas instituciones de lo común, más allá de la dialética entre público y privado, mediante el resurgimiento de la naturaleza como producción de la diferencia, como lucha y biopolítica de fabricación de cuerpos pos-económicos. Cuerpos atravesados por la antropofagia de los modernistas, por las cosmologías amerindias, por los éxodos de las quilombolas, por las luchas de los sin techo, sin tierra, precarios, indios, negros, mujeres y hackers: por todos aquellos que trazan otras formas de vivir, más potentes, más vivas.
Como se ve claramente, nomadizar la universidad implica destruir sus formas anquilosadas y sus servidumbres contemporáneas: la cada vez más decadente burocracia, la racionalidad tecnocientífica y la servidumbre empresarial o corporativa, en procura de una nueva relación con la producción de saber, de su ensamblaje con el campo de la lucha social, y de la construcción de nuevas epistemologías. La tarea es invocar esta línea de éxodo, desplazar los flujos del conocimiento vivo, en función de las potencias de resistencia y creación.
Por Carlos Enrique Restrepo
Prof. Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia
alteridad@quimbaya.udea.edu.co
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Texto: Conferencia pronunciada en el Seminario: “Generación y corrupción de la Universidad”, el 29 de agosto de 2012, organizado por la Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia (Asoprudea), con la participación de los colegas Sara Yaneth Fernández, Jorge Mahecha y Juan Guillermo Gómez.
Imágenes
Entradilla tomada de http://fae220.blogspot.com/2008/02/uc-conocer-la-propuesta-en-consejo-de.html
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1. Tomada de http://www.cubadebate.cu/wp-content/uploads/2012/09/fuga-de-cerebros-2-copia.jpg
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