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domingo, 19 de agosto de 2012

Hermenéutica crítica y nuestras universidades

Por
Ph. D. Víctor Raúl Jaramillo
(Texto íntegro extraido de su blog personal Nexus Universalis)


Al estudiante
Carlos Andrés Naranjo Arroyave
In memoriam


No hay conocimiento sin interpretación.
Luis Garagalza


Convicción de que el mundo es mentira sin amor,
y la vida un espejismo.
Juan Vicente Piqueras



1. Levanto mi morada

La hermenéutica sentidiza las visiones manifiestas y ocultas del ser del hombre donde, silencio como érgon (fuerza) y palabra como energeia (dinamismo), se identifican con el habla y las maneras de escuchar y ver los fenómenos del mundo. Esto, a través de la intersubjetividad que es un encuentro de sujetos donde pervive y se resguarda un yo, y la transindividualidad donde los individuos que se encuentran deciden en tiempos diferentes ausentarse de sí para dar plena recepción al otro y están planteadas por el tercer mundo del diálogo, para llegar a una posible comunicación y transmisión de lo íntimo que se ha agolpado en la realidad, fundando un camino.

Es necesario adentrarnos en la hermenéutica, arte y ciencia de la comprensión, para clarificar los códigos plurales del mundo, ya que, al parecer, todo se sostiene en y por el lenguaje. Al tiempo avizorar el vínculo inseparable con el pensamiento, con la necesidad de realzar lo viviente por nosotros mismos y en procura de los acontecimientos que nos proponen experiencias y la recuperación de los cuerpos.

Desde que la modernidad amplió el campo de la interpretación, la hermenéutica ha sido una disciplina y un modelo de acción que ha permitido desarrollar un acercamiento a los niveles de memoria de los hombres, a su estado cultural, a la “propia naturaleza” que es máscara y simulacro.

Es lenguajeando que la hermenéutica ha insistido en el hecho mismo de dicha interpretación de lo que acontece. Por tanto, la hermenéutica se presenta como una manifestación abierta que intenta descubrir el estado oculto de los seres humanos y preservarlo mediante el otorgar y cuidar un mensaje y el hecho del comprender-lo, incluso biológicamente, no dominándolo, sino familiarizándose con él.

Ahora, lo puramente hermenéutico se desdobla e ingresa a la razón íntima de lo que sucede dentro y fuera del hombre, y se hace más necesario aún que esta disciplina sea activada como vivencia en el proceso de las comunidades, donde las diferencias deben ser respetadas sin renunciar a la propia manera de asumir el mundo. Donde sea posible el tercer mundo del diálogo, el contemplar desprevenidos el universo.

Para un hombre creador, es inminente el acercamiento a la hermenéutica como koiné del mundo contemporáneo. Es a partir de ella que se alcanza a tener una visión de lo que ocurre con un fundamento y una posición que pueden ser compartidos en la alteridad, a partir de un ethos dialógico y en función de lo originario del habla: el cuerpo y su sensación primera de autocreación.

La hermenéutica se desarrolla como un sistema de entrada a la interpretación de textos, ya sean escritos, actuados o hablados. De allí su consolidación como el estar y el trascender en la vertiente de lo lector. La percepción, en el plano de lo hermenéutico, es ampliamente reconocida y conlleva a una infinitud de la interpretación de lo interpretado; es decir, a una comprensión de lo comprendido. A un contemplar en silencio y ver y oír y tocar… como en el origen donde sentíamos la respiración fundante.

En otras palabras, al ser que es lenguaje y realidad multiplicada en los terrenos del sí mismo. Puesto que éste, el ser, es un cúmulo de relaciones tanto sensitivas como representacionales, acaecidas en el entramado del cerebro y sus sinapsis o mundo de la inteligencia.

Es allí donde el sentido es inmanente pero debe ser expresado como trascendencia que se vincula a la vida, al cosmos; que se interna en ellos, luego de que el homo creator actúa y erige en la piedra los ídolos espontáneos para sus generaciones que no se conforman por edades, sino por el esfuerzo de crear dioses.

Así, éstos trascienden, hacen historia; no necesariamente con un “espíritu” que sobrepasa la muerte y se encuentra con los “idos” en el más allá, porque entonces no serán y ninguna “yoidad” permanecerá; pero sí, en lo hablado, en lo formado que es haber entregado su carne y su sabiduría.

En aquello preservado por la memoria y llevado al campo de la comprensión que es toda interpretación. Es decir, la obra donde se cobra vigencia, actualidad. Es en ella que nuestra inmortalidad sucederá, siempre y cuando se haya accedido a la voluntad de crear y al reaprendizaje del cuerpo y su fiesta. Siempre y cuando dicho caminar sea cuidado.

Las vertientes de la hermenéutica están en los ámbitos del sentido desvelando las instancias de los malentendidos que ocurren a diario en nuestra vida acostumbrada; ofreciendo una voluntad de crear y un tercer mundo del diálogo donde se puede decir más de lo que se dice, pero siempre con una escucha abierta y atenta, tanto al otro como a nosotros mismos cuando locutamos, y teniendo en cuenta que eso que excede lo dicho está expresado en lo que se calla, en lo que se siente y no cabe en voz alguna.

Lo que permanece en silencio es lo que sabe, y lo subterráneo del mundo debe ser devuelto con su alimento a los corazones de los hombres y mujeres dignos de eternidad. Por eso la hermenéutica y su deidad, Hermes, entran a desentrañar las múltiples verdades inscritas en las parcelas del conocimiento y traducen sus voces ante el designio de una tierra en emergencia: una madre que quiere ser anuncio y oración.

La hermenéutica y sus formas interpretativas, actúan como mediadoras en un mundo donde las divergencias apuntan a una singularidad plural que intenta borrar fronteras, laberintos donde se pierde el canto, piedra y símbolo, de las comunidades acusadas de rebeldía con los determinismos de una racionalidad solipsista que insiste en el poder absoluto.

Y es precisamente esta dogmática que ha sepultado la dignidad de hombres y mujeres, la libertad y el genio de niños y niñas, la que debe ser repensada, no para volver atrás, sino para generar una realidad equitativa, consciente, donde sean nombrados Manuel, Lucas, Gloria, Paula y Mauricio como humanidades que sienten y piensan, siendo instantes que categóricamente deben vivir sin adoctrinamientos que les impida llegar a ser.

De otro lado, la hermenéutica es una actitud que ofrece la experiencia del comprender, y, siendo así, Gloria no sólo se asume como comprensora de su propia existencia sino también de la del otro y de lo otro que no es humano: la Naturaleza es comprendida si Gloria la asume como propia pero sin imponerle el .

La hermenéutica, entonces, es más que una disciplina y se acomoda más bien a una actividad que se relaciona con la vida práctica, para convertirse en una forma de sabiduría aunque esté planteada en términos científicos.

Hermes, deidad simbólica mas no etimológica de la hermenéutica, desentraña las palabras de los dioses y se las traduce a los hombres, es un mediador. Es el que nos dio el lenguaje.

Pero esto ha hecho ver a la hermenéutica como blanda, donde no es posible el pensamiento crítico: hermenéutica que carece de criterios, que adolece de posiciones. Y esto es verdadero pero fuera de la realidad.

Interpretar es dar sentido, pero no muy lejanamente también es crear juicios, argumentos. Hermenéutica crítica no es despropósito ilustrado, es un estado naciente, es un derecho y una obligación.

La hermenéutica al comprender e interpretar, luego de llenarse de mundo en la contemplación, obedece a una aplicación, y lo que está en juego no es el objeto que se comprende e interpreta, sino el punto de vista, lo real de nuestro mundo que guardamos en nuestro interior hasta que madura y está listo para hacer frente, en la relación dialógica, al mundo o realidad que nos ofrecen el otro y el mundo mismo.

En ese momento entramos en la comunicación posible de los puntos en la vista y del mundo de la vida que hemos constituido en nuestro pensamiento que es virtual y sólo se hace real en la expresión. No obstante, la palabra articulada sólo cobra presencia si hay un oído que reciba el mensaje. Lo otro, es hablarse uno a uno mismo y tratar de convencerse de que las cosas son así y no de otro modo. Aunque también está esa memoria que llamamos escritura.

Entonces se busca un interlocutor para exponernos ante él y hacer de en el momento en que haya que cambiar de roles, no como mero traspaso de información, sino también como un aproximarse. Así, en la intersubjetividad y la transindividualidad que plantean un terreno común, se puede recibir una nueva verdad, donde no importa la boca, sino que se acomode a una intencionalidad que va hacia la existencia de los mundos interactuantes que por primera vez entran en un mundo compartido aunque no se establezca el consenso, llamado tercer mundo del diálogo.

Allí, puede haber ruptura por el andamiaje de los pensamientos que salen a flote y se entrecruzan quizá en una dialéctica que no permite la mera opinión, aunque ese es el principio, sino los argumentos, la episteme de un mundo sabido que muchas veces no tiene razón.

La hermenéutica crítica hace su aparición y contrarresta las visiones del mundo que no tienen asidero claro y determinado, por un conocimiento preciso que decae en la contundencia de quien refuta o pregunta sin obtener una respuesta satisfactoria. Dialogar también es disentir, contrariar.

Nos damos cuenta, cuando somos el pensamiento débil, que debemos vivir más, leer más, tener más experiencias que nos digan que somos nuevos y nos transformamos en lo que éramos en nuestro primer interrogar; pero ahora con la posibilidad de ponernos-frente-al-mundo sin discusiones y seguros de que, lo que nos pertenece, primero ocurrió en nosotros mismos y no estamos hablando de oídas.

Es a partir de esas experiencias, que no todos se atreven a mostrar, porque no les parece prudente, que me refiero a continuación sobre las universidades y sus días con el ánimo de crear acción y nuevas maneras de pensarse.


2. Decir, callar: esto es ya evocar la diferencia

Una humanidad que se fuga cada vez más en una virtualidad que enajena su cuerpo y su erótica, lanzándola al mundo de las ideas y su lógica, a las abstracciones que presentan diversos símbolos para un complejo sistema existenciario y de comunicación, debe retomar la alteridad y el reconocimiento del otro en la única realidad posible para lo vivo: la realidad misma.

Esta eficaz recepción del otro, que también somos nosotros mismos, forjará una acción compartida y de sana convivencia realzando las aspiraciones y anhelos de los hombres y mujeres libres, con actos solidarios que destituirán todo asomo de estandarización.

Poco a poco, el terreno de la objetividad se diluye en una subjetividad que comprende que el sentido no debe ser introducido, sino sacado y expuesto. Ya no podemos seguir intimando con los dictados que se presentan como verdad verdadera o absoluta. Debemos estallar la luz unívoca del saber; debemos generar nuestros propios discursos y habitar la cueva interior donde nuestras visiones no se dejan reducir, y, si es necesario, gritar.

Escuelas y capillas, mafias del conocimiento se afincan en un ir y venir de las mismas manos y las mismas bocas que, aunque torpes, amaneradas y convencionales discriminan la ignorancia que tiene hambre y sólo está al corriente de subsistir en el día a día con la sabiduría de la mendicidad.

Camarillas afincadas en el miedo, la mayor enfermedad del hombre, detienen la expresión transgresora y con argumentos que escamotea la trampa de sus encantamientos dirigidos a homogeneizar y crear adeptos que, como rebaños, deben ser atendidos y, por tanto, cultivados en la “igualdad” para subrayar la campana del pastor.

Olvidan su libertad que se pierde en quienes los siguen, en las interpretaciones normalizadoras que obligan a la copia y niegan los numerosos puntos de vista escondidos en cerebros frescos, aunque neblinosos y sin estrenar de jóvenes que prefieren un plan de minutos más amplio al encuentro con el sí mismo. Jóvenes que tienen cinco mil “amigos” como si la amistad se tradujera en cantidad, a la manera de los ensignamientos para la vida productiva que inmediatiza y dice “¡ya!”.

La reflexión parece haber pasado a un estado arqueológico y lo que impera es el desenfreno y la velocidad de las instituciones infestadas por el virus de la formatitis aguda, agenciadoras de compromisos por cumplir con responsabilidades que no competen al espíritu transmisor de visiones del mundo, y del amor que orienta al otro hacia su interior.

Los organismos educativos han olvidado su misión de transmitir conocimiento, de mostrar la pluralidad de las teorías y su praxis, y de ayudar a transformar una sociedad imbuida en prácticas de desplazamiento y asesinato, contra los que “visten” diferente y se atreven a pensar por sí mismos, obligando con consignas que regulan desde el panóptico de los que dominan dejando atrás al ser humano.

La educación en Colombia sólo ha servido para enriquecer las arcas de sus dueños, interesados en la “cobertura” por el ánimo de ampliar su mercado evitando la pasión, el rigor científico y la razón sensible. Se permiten cohortes inexpertas para enfrentar la carnicería planteada por el sistema actual, sustentado en toda viabilidad con respecto a la competencia que exige hombres y mujeres de “éxito” y empoderados en el tener y el producir dinero.

Nuestros estudiantes salen débiles en cuestión de interpretaciones y argumentos que necesitan de la creatividad coartada por una sociedad fratricida; carne de cañón para abultar las calles donde se propone más desempleo y comercio anuladores de las singularidades; más cuerpos desconocidos, sin confianza, donde la moda es la originalidad en productos obsolescentes de última tecnología.

Y es que nuestras universidades se dedican a “vender” diplomas de grado al mejor postor, distrayendo con cátedras absurdas y tecnificadas  que procuran por un saber hacer, pero no por un saber pensar con una racionalidad instrumental que obliga a perder el cultivo de los propios estudiantes, en el cuidado de sí y del otro y del mundo natural, social y simbólico.

Los estudiantes que realmente quieren aprender, se ven estupidizados por un sistema que niega toda intención de clarificar y potenciar un pensamiento crítico y son señalados por sus compañeros y algunos profesores que sólo van a clase mientras consiguen algo mejor. Por eso, quizá, tuvimos un Estanislao Zuleta que dejó la escuela porque realmente quería estudiar.

Los demás, inscritos en la rumba, prefieren una moralina que se aferra a las maneras como los otros se presentan en la institución. Viven de chismes, de Blackberries, Wikipedia y reggaetón en las sesiones de clase y en los llamados “huecos”; en lugar de escuchar conquistando puntos de vista y participar sin miedo a la equivocación; en lugar de visitar el templo, que es la biblioteca, investigando otras fuentes y tener de qué hablar con sus maestros y compañeros en las sesiones siguientes.

Además los estudiantes deletrean y redactan muy bien, pero no saben leer ni escribir. No interrogan los textos, no los rumian, no los releen y esto quizá porque nunca tuvieron una iniciación fecunda en el preescolar que, como nos han dicho, es el Jardín de Herodes. Creen que el papel en blanco es el mismísimo demonio; temen verse reflejados en su incapacidad de vencerse a sí mismos que es el lenguaje superior.

Los maestros, por su parte, tienen que cumplir con un cronograma que pasa de largo y sólo pretende cubrir las exigencias administrativas y curriculares del proyecto docente, matando tiempo que se puede usar en lecturas profundas y bellas mostrando así, en estos momentos de “copie y pegue”, el encanto del libro.

Además, los maestros no estudian lo suficiente: se anclan en una temática específica y reciclan conceptos de años pasados de autores que no interrogan, sin investigar para sus estudiantes a los que demandan “ensayos” y “artículos” que ni siquiera ellos mismos escriben.

Y es tal vez por la “carga académica” de seis u ocho cursos diferentes, con 45 estudiantes cada uno, que van en detrimento de los mismos estudiantes, ya que no hay tiempo sino de llamar a lista y revisar “portafolios personales de desempeño”; al mismo tiempo, deben cubrir las horas de trabajo administrativo como si no se tuviera ya bastante qué hacer con la preparación de las sesiones y las asesorías de los “clientes” que se quieren dóciles.

Los maestros han perdido su lugar al insistir en mnemotecnias y metodologías que repiten esquemas decadentes y refritos de la episteme aconductada que imposibilita el entrenamiento en el pensar, en la voluntad de crear; que bloquea la imaginación con pre-juicios que crean malentendidos y confunden las voluntades para asignarles un puesto estático en el aula, negando todo tipo de sensación liberadora.

Además de insistir en ello, el ¿diálogo? vertical suprime al maestro de su verdadera misión, instigándolo a seguir currículos donde los cursos no son los de su competencia y debe actuar como “todero” en aras del emparejamiento con sus colegas, además de exigirle investigaciones sin convicción ni vocación; sin dinero ni tiempo; y “rápido que llegan los pares”.

Los decanos inyectan de veneno administrativo a los maestros porque al igual, ellos están siendo atenazados con records y estadísticas en la moda obligatoria de las autoevaluaciones y mejoramientos de la institución que debe ser acreditada, propio de la lógica del mercado.

Los decanos son aquellos que por ser mandos medios, en su mayoría, coartan y no dejan que los docentes tengan la libertad de proponer; detienen ideas que podrían ser fundamentales para una nueva dinámica en el proceso de aprendizaje de los estudiantes. Los decanos, y los hay, no confían en sus maestros y arman grupitos de corre ve y dile para no dejarse “tumbar”.

Pero es que hay ocasiones en que no existen políticas claras encaminadas a construir una comunidad académica, sino vicerrectores que, en lugar de plantear temas de reflexión interna que piensen y se distribuyan en la ciudad, se la pasan inventando funciones y papeleos que no competen al ritmo de una universidad plural y tolerante, universal y propositiva.

Siguen manteniendo “cositas” que se refieren a las nuevas, siempre nuevas y desorientadoras normas para acceder al conocimiento. Mismas que son impuestas por un Ministerio de Educación rastrero e inoportuno que copia ejercicios caducos de Europa y EEUU, y “examina” a los estudiantes como tamiz y forma de engrosar con los ingresos los bolsillos de los burócratas de la educación, que debería ser gratuita.

Y todo esto porque la globalización ha cambiado las coordenadas de los países y su autonomía, con dogmas políticos y religiosos de otras naciones más “desarrolladas” que sostienen una economía desequilibrada, que se usufructúa en una carrera armamentista que dará fin a esta humanidad cruel y virulenta y necesitada de racionalidad y dignidad.

En fin, es mejor parar aquí, para no desmayar en palabras odiosas y quizá sin sentido y promover así una revuelta que en las universidades públicas está acallada por el ESMAD, y en las privadas por la duda de la nueva contratación después de que acaban los contratos a tiempo definido, que si no es efectiva, sólo al semestre siguiente cuando entras a “trabajar” te das cuenta que te has quedado sin empleo. Muestras de mala voluntad.

Quizá se piense con altura lo que digo, aunque me hayan despedido por mis incapacidades médicas. Y el diálogo deje de ser vertical y se componga de una alteridad horizontal donde se acabe el miedo a hablar, a pesar de las diferencias, y decir lo que se siente en las “empresas” educativas universitarias que con la reforma de la ley 30, públicas o privadas, todas pierden.

Mi discapacidad no fue otra que aceptar con un silencio atemorizado, producto del tensionante ambiente académico, donde todos comen de todos, lo que el rector ordenaba verticalmente y con el propósito del “progreso”, esa fea palabra, nominativo y económico de la institución donde laboraba. Sólo es mío el descuido.

No obstante, me pienso para pensarnos: sólo pido escucha abierta. Escuchar es pasar por el comprender. Comprender es aceptar el desentrañamiento. Desentrañar es convocar el sentido. Sentido ausente que debemos otorgar con una verdadera humanidad. Humanidad que debe ser gozo. No una guerra soterrada que aún no termina de declararse.

¡Ábrete sésamo!

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