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martes, 26 de junio de 2012

CRÍTICA A LA FILOSOFÍA EN COLOMBIA


Damián Pachón Soto

Extracto tomado de:   “El vitalhumanismo y la filosofía en Colombia. Crítica de nuestro pasado filosófico”

 

 

Al finalizar la segunda mitad del siglo XX podemos encontrar en Colombia todas las manifestaciones filosóficas europeas, norteamericanas y francesas. Ya hay una totalidad normalidad filosófica. No hay veto para ningún movimiento filosófico, hay libertad total para adoptar y profesar el dogma filosófico de cualquier pensador: sea actual o clásico. Por eso encontramos hegelianos, kantianos, nietzscheanos, tomistas, foucaultianos, seguidores del posmodernismo francés o del autor de moda, tal como acríticamente se asume hoy el pensamiento de Rawls, Habermas y Negri.[1] Nuestros “filósofos” gastan todas sus energías estudiando a su autor, lo defienden, lo exponen, comen y viven de él, pero no llegan a producir un pensamiento propio, que de respuesta a las necesidades del medio social en el que vivimos. Esta ha sido la práctica filosófica en Colombia, que de acuerdo a las dos formas de entender la filosofía que expuse al principio de éste ensayo, corresponde a una filosofía secundaria, tal como ha sido desde nuestros comienzos hasta hoy.

Nuestros profesionales en filosofía, tal vez todavía impregnados de la mentalidad regalista española, creen que entre más conocen los vericuetos de la obra de su filósofo de cabecera más eruditos son y más pueden alardear de su formación alemana en filosofía. Por eso en nombre del llamado rigor filosófico descalifican a quienes intentan ser creativos y pensar por sí mismos; tal vez suponen que la seriedad filosófica se opone a la creación intelectual. Esto ha llevado a la proliferación en nuestro medio de máquinas filosofantes, máquinas que hacen turismo intelectual por las filosofías de los siglos XVIl, XVIII, XIX. Este tipo sui generis de turistas se dedicarán, en adelante, a repetir el pensamiento de Descartes, Kant, Hegel, etc. Con razón dice Darío Botero: “No puede pedirse a las facultades de filosofía que produzca un pensador; porque ellas están encargadas de custodiar y de velar porque jamás se apague la lumbre de las tumbas más ilustres.”[2] Este tipo de “pensadores” consideran que la esencia de la filosofía reside en el malabarismo intelectual o en la gimnasia conceptual, sin percatarse que la filosofía debe postular un pensamiento normativo que partiendo de la realidad dada, y no de la nada bíblica como decía Leopoldo Zea, busque respuestas a las necesidades existenciales del hombre.

Un aspecto que muestra la desconexión de la filosofía que se enseña y se practica en Colombia con nuestras realidades concretas, es el desconocimiento de los estudiantes de filosofía de lo que ha sido el pensamiento en América Latina y en Colombia. Tales estudiantes desconocen la existencia de pensadores como Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Salazar Bondy, Leopoldo Zea e, incluso, la de Enrique Dussel. También desconocen el pensamiento de Estanislao Zuleta, Nieto Arteta, Danilo Cruz, Darío Botero, Antonio García, etc. Esto se debe a su total inmersión en el pensamiento europeo. Al parecer el estudio de la alambricada filosofía de Hegel o Heidegger, no les deja tiempo para ocuparse de lo que consideran: “la inexistente filosofía latinoamericana”.

En Colombia, por otra parte, no hay comunidad académica, nadie lee con seriedad la producción de los demás. Lo que impera es la apología, la declamación, o la crítica superficial. También existe la crítica destructiva, demoledora, la diatriba, fundada en la autoridad de una formación académica en el exterior. Aquí es necesario mencionar el caso de Rafael Gutiérrez Girardot, pues merece alguna atención.[3] Gutiérrez G. fue uno de los grandes críticos literarios, conocedor como ninguno de la literatura latinoamericana, lo que lo llevó a ser profesor titular en la Universidad de Bonn en Alemania; también fue un gran conocedor y exponente de la literatura germánica. En su juventud estudió filosofía con Heidegger, pero su pasión y su fuerte fue la literatura.

Sin embargo, Gutiérrez Girardot demostró conocimientos en la filosofía de Heidegger, al traducir la Carta sobre el humanismo que publicó en la editorial Taurus de la cual fue cofundador, así como de la obra de Nietzsche, pues hizo el prólogo de la edición del Anticristo (aunque él, con su rigurosidad filológica, decía que la traducción correcta era El anticristiano) que publicó en Colombia la editorial Panamericana; también tradujo los Ditirambos dionisiacos que publicó en Bogotá El Áncora Editores, a la vez que escribió un libro sobre el filósofo alemán titulado Nietzsche y la filología clásica, en el que expone el debate que suscitó Nietzsche tras la publicación de su primer libro El nacimiento de la tragedia.[4]

Gutiérrez Girardot fue un hombre culto, bien formado, sin embargo gustaba de la polémica; era ávido de suscitar disputas con su crítica que, por lo regular era demoledora y destructiva. En ella dejó entrever varios de sus excesos. A Estanislao Zuleta, en una reseña que hizo de su libro “Sobre la idealización en la vida personal y colectiva y otros ensayos”, lo llamó- desprestigiando su formación de autodidacta, que Gutiérrez consideró como un problema-, un multifilósofo, que decía “cantinfladas” filosóficas para impresionar incautos igualmente mal formados. En ésta reseña el erudito profesor de Bonn se burla inmisericordemente del Honoris causa que la Universidad del Valle le otorgó a Zuleta. Lo mismo sucedió con Ortega y Gasset, a quien en su libro Provocaciones llamó periodista, estafador, simulador majestuoso, que se había autoproclamado el salvador de España. De la influencia de Ortega en Colombia sostuvo, mofándose del entusiasmo con que fue recibida su obra entre nuestros primeros profesionales de filosofía, que Ortega había reemplazado en nuestras academias a monseñor Rafael María Carrasquilla: “Piense- dijo Gutiérrez a su interlocutor en una entrevista- en el párroco que lee el oficio divino en latín y todos los parroquianos se admiran de lo culto que es el padre; eso mismo hizo Ortega y Gasset.”[5] Es preciso decir, que Gutiérrez Girardot, tal vez en su afán por suscitar polémica, no tuvo en cuenta lo que significó Ortega para España y para América Latina, ni el papel que jugó en la introducción de la filosofía moderna en su país, al ponerlo hablar filosóficamente y al suscitar el interés por la filosofía, tal como lo ha reconocido Cruz Vélez.[6] A pesar de los anteriores excesos, Gutiérrez G. aparece en el libro- ya citado- La filosofía en Colombia. Modernidad y conflicto, de Manuel Guillermo Rodríguez, como el gran y el mejor filósofo de Colombia, junto con un pensador barranquillero cuya obra fue recientemente descubierta y que ha sido- según el autor- injustamente excluido de la historia de la filosofía colombiana.

Por otro lado, si la filosofía es la Lechuza de Minerva, como decía Hegel, ella sólo ha sido en nuestro país un pajarraco desnutrido, abúlico, estrangulado por las redes del formalismo procedimental. La pobre avecilla ha estado pretificada, encarcelada en la jaula de la ignorancia. No ha encontrado una salida de su prisión, no ha logrado verla, pues históricamente ha repetido el vuelo y los aleteos de las grandes águilas europeas, valga decir, de los grandes sistemas filosóficos occidentales; tal vez por eso se halla cansada, exhausta, al punto de la inanición por falta de oxígeno y de libertad. El pasado le oprime su cerebrillo como una piedra y esa piedra es bastante pesada como para poder removerla, así, sin más.

Sin embargo, y pese al panorama anterior, la situación de la filosofía está en estos momentos empezando a dar un viraje importante. Hay en nuestro país una gran cantidad de facultades de filosofía, con un buen número de estudiantes matriculados en ellas, con filósofos atentos a los debates mundiales, a la problemática internacional y nacional. En especial, ésta preocupación se da más entre aquellos que están formados en otras disciplinas, por ejemplo, el derecho, la sociología o la Ciencia Política y que han complementado su formación con la filosofía. El filósofo colombiano se está pegando una sacudida y se está empezando a preguntar por la situación de su país. Muestra de ello es un reciente libro titulado La filosofía y la crisis colombiana, que recoge una serie de artículos filosóficos donde se reflexiona sobre la violencia y el conflicto colombiano,[7] lo cual representa un avance, pues el conflicto colombiano siempre ha sido leído por los sociólogos, los historiadores o los politólogos. Ya es hora de que los filósofos empiecen a exponer sus ideas y sus soluciones frente a la problemática nacional. Esto, sin duda, alienta a las nuevas generaciones de filósofos quienes pueden empezar a tener una participación más activa en el destino del país.


[1] Antonio Negri es un pensador italiano, cuyo éxito consiste en que, después de la caída del socialismo, sostiene la posibilidad de realizar el comunismo en las sociedades globalizadas actuales. El comunismo sería una superación de la globalización. Para sustentar su posición teórica ha hecho un análisis de los cambios más profundos que la civilización actual ha producido en la sociedad y en el mundo del trabajo, lectura que es sustentada desde el marxismo y desde interpretaciones bastantes sospechosas de la filosofía de Spinoza. Para Negri, Spinoza permite pensar en la posibilidad actual del comunismo. Una crítica a su obra puede verse en: Damián Pachón Soto, Antonio Negri y Michel Hardt: ¿la <> de la utopía comunista?, en la revista “Planeta Sur”, No. 2, Bogotá, Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, Universidad Nacional de Colombia, 2003, pp. 110-123. Es preciso decir, que el pensamiento político de Antonio Negri es acogido y promocionado en Colombia, especialmente, por ciertos sectores intelectuales de izquierda.
[2] Darío Botero Uribe, Manifiesto del Pensamiento Latinoamericano, Bogotá, Magisterio, 4a edición, 2004, p. 139
[3] Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005) se caracterizó en los últimos años por sus polémicas críticas y diatribas contra diferentes personalidades y corrientes filosóficas. De Octavio Paz dijo que era un Ortega y Gasset con “poncho”. Refiriéndose al posmodernismo francés de Lyotard, Deleuze y Derrida, sostuvo que se trataba de un movimiento de charlatanes promovidos y adobados por el marketing español; por lo demás, los llamó “posconfusos”. Gutiérrez Girardot consideró que lo que caracterizaba la filosofía en Colombia era la simulación, es decir, la manía de los filósofos de mostrarse y aparentar lo que no son; opinión similar expuso sobre algunos literatos.
[4] Rafael Gutiérrez Girardot, Nietzsche y la filología Clásica, Bogotá, Panamericana Editorial, 2000, 222p.
[5] Manuel Guillermo Rodríguez, La filosofía en Colombia. Modernidad y conflicto, Ob. Cit., p. 322.
[6] Danilo Cruz Vélez, Ortega y nosotros, en : “Tabula rasa”, Ob. Cit., pp. 79-87
[7] Rubén Sierra Mejía, (compilador), La filosofía y la crisis colombiana, Bogotá, Taurus, Universidad Nacional de Colombia y Sociedad Colombiana de Filosofía, 2002, 311p.


viernes, 15 de junio de 2012

22° Festival Internacional de Poesía de Medellín: Homenaje al espíritu de los pueblos aborígenes

Presentamos la programación general del 22º Festival Internacional de Poesía de Medellín en el que participarán 73 poetas de 42 países, entre ellos 14 poetas provenientes de naciones indígenas. 

Durante una semana se realizarán 148 actividades en Medellín y otras ciudades y municipios de Colombia; lecturas de poemas colectivas e individuales, cursos, talleres, conversatorios y conciertos. 

Entrada libre y gratuita a 148 actividades del 23 al 30 de Junio de 2012.

Te invitamos a circular profusamente este progama entre tus amigos y amigas. 

miércoles, 13 de junio de 2012

I Jornadas de Reflexión Filosófica - Ofcol

Atendiendo uno de nuestros objetivos, a saber: "Observar filosóficamente la realidad colombiana", Los invitamos a aprticipar de la I JORNADA DE REFLEXIÓN FILOSÓFICA: "En torno al TLC firmado entre Colombia y Estados Unidos"
QUEDAN TODOS CORDIALMENTE INVITADOS!!!!

I Jornada de Reflexión filosófica - Ofcol.Filosofía

jueves, 7 de junio de 2012

"El TLC exige a Colombia aumentar los técnicos y los tecnólogos"

Una entrevista hecha por María del Pilar Camargo, perdiodista de Semana.com, para pensar la educación en Colombia a partir del TLC. El entrevistado es Alexander Gómez, vicerrector de Investigación de la Universidad Nacional. Al respecto de lo que dice habría que pensar ¿qué implica "adecuarse a las condiciones del TLC"? ¿Qué representa el fortalecimiento de la educación técnica y tecnológica para las humanidades? ¿Debe la educación jugar el juego de la industria? etc. Lean, Juzguen y Propongan. 

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Los países industrializados tienen más técnicos y tecnólogos que profesionales, una pirámide de formación que no existe en Colombia. Alexánder Gómez, vicerrector de Investigación de la Universidad Nacional, sugiere que ante el TLC con EE.UU., el país debe ampliar la oferta de programas tecnológicos y mejorar las condiciones laborales.

"Ser técnico en Alemania tiene un apoyo salarial y condiciones muy buenas, se permite un desarrollo social adecuado y no es visto como una formación de segunda. Hablamos de un cocinero o un conductor de taxi. Todo ese tipo de trabajos tiene una preparación técnica y ese nivel competitivo diferencia a los alemanes y les permite aumentar el trabajo formal", dijo Alexánder Gómez, vicerrector de Investigación de la Universidad Nacional (UN) al hablar sobre la educación superior en los países industrializados.

En la pirámide de formación, la realidad colombiana es muy distinta a la alemana, donde está claro que a medida que aumenta la especialización, disminuye la cantidad de profesionales.

En Colombia existen más egresados de programas de formación universitaria que técnicos y tecnólogos. Ese escenario no favorece al país ante la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, según lo consideró Gómez.

"Hay que ampliar la oferta en programas tecnológicos y mejorar las condiciones laborales de los técnicos y los tecnólogos. La promoción y el mejoramiento de las condiciones salariales para este nivel de trabajador a nivel nacional deben tomarse como una política de Estado. Esa cualificación nos permite ganar competencia a nivel industrial", explicó el docente.

Gómez precisó que el técnico y el tecnólogo, que "cuentan con una formación para el trabajo", se ubican en el nivel productivo, es decir, en los puestos claves para los desarrollos industrial y tecnológico, como las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).
"La preparación del personal técnico y tecnológico es tan pertinente y de buena calidad que hace competitivas las empresas. Este grupo es el que le da sustento al desarrollo de la industria, la investigación y la tecnología", señaló.

En su criterio, Colombia debe aumentar el nivel de formación de técnicos y tecnólogos"promoviendo la base de trabajo, que es el Servicio Nacional de Aprendizaje(SENA)".

Para el académico, aunque el SENA tiene un gran prestigio en ese tipo de formación, una política estatal daría un soporte integral a los sectores empresarial e industrial.

"Aunque el SENA lo ha hecho muy bien, necesita fortalecerse y adecuarse a las condiciones que exige el TLC. Debe permitirse la realización de ciclos propedéuticos, que permiten estudiar un técnica, después una tecnología y luego acceder a una carrera universitaria", agregó.

El representante de la UN advierte sobre el riesgo de tener más trabajadores informales. "Eso implica pérdidas de eficiencia y calidad en lo que se realiza", dice. El docente señala que debe incentivarse la formación de nuevos empleos y cita vacíos en el área de la logística, las TIC y el bilingüismo, especialmente, el inglés. "Hay que dar aportes adicionales al sistema", recomendó.

El TLC comenzó a regir el pasado 15 de mayo ¿cuándo deben comenzar estos ajustes? "Debe ser inmediato lo que se comience a hacer como preparación ante el TLC. Los más interesados son los propios empresarios y las asociaciones como la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia y el SENA, también está el sector agroindustrial", apuntó.

Gómez recordó que el país alcanzó el 35 por ciento de cobertura en educación superior, "considerando el aporte que hace el SENA".

El académico agregó que las universidades privadas son más flexibles que las instituciones públicas, ante los cambios que exige el tratado comercial. 

"Las universidades privadas tienen más facilidad de reaccionar ante el TLC porque ofrecen programas que obedecen a necesidades específicas. Mientras que las universidades públicas tenemos unos controles y procedimientos que implican reaccionar de una manera más lenta", explicó.


Gómez advirtió que sólo se garantizará la calidad en la educación superior "si influimos en la calidad de la educación básica y secundaria". Además, sostiene que el país debe mejorar las condiciones de infraestructura para "que se permita hacer desarrollos en ciencia, tecnología e innovación".

"En cuanto a la calidad de la formación y la preparación en maestrías y doctorados de los docentes, hoy Colombia se puede adaptar mejor a las condiciones que impone el TLC que hace algunos años", apunta.

A favor

Ante el acuerdo comercial, el país tiene unas cartas de juego que le favorecen: la oportunidad de competir, la personalidad del estudiante colombiano y las acreditaciones internacionales.

Gómez destaca que uno de los beneficios del TLC es "la consolidación del proceso de apertura que realiza el país frente a las condiciones de mercado y las competencias globales".

El profesor asegura que los profesionales colombianos podrían tener acceso a trabajar en otros mercados del mundo.

En ese sentido, subraya el talento de los jóvenes como un punto a favor. "Cuando uno conoce el desempeño de los estudiantes nuestros en el exterior, se da cuenta que se desenvuelven muy bien, tienen autonomía y son muy creativos en enfrentar problemas y proponer soluciones. Además, tienen una capacidad de trabajo inmensa en cuanto a tiempo y dedicación. Hay mucho compromiso".

En su opinión, el acuerdo estimula a Colombia porque "hace competir al país". "Nos va a permitir hacer uso de esa capacidad del estudiante colombiano. Podremos desarrollar tecnología propia y dejar de ser solo exportadores de productos naturales", aseguró.

Finalmente, el experto señala que el TLC también puede representar algunas posibilidades de mejoramiento como lograr acreditaciones internacionales. "En eso hemos avanzado las principales universidades del país, con acreditaciones institucionales europeas o estadounidenses. Así garantizamos que estamos ofreciendo formación de primer nivel".

Según el docente, el acuerdo le traerá valor tecnológico a lo producción colombiana. "Se impactará el desarrollo de proyectos tecnológicos que le darán un valor agregado a lo que producimos. Seremos más competitivos, creceremos económicamente y podremos invertir más recursos en ciencia, tecnología e innovación", dice Gómez al aclarar que la inversión debe continuar en las ciencias básicas y sociales.

Ajustes claves

La inversión del Producto Interno Bruto (PIB) en ciencia y tecnología aumentará a 0,5 por ciento con el Fondo de Ciencia y Tecnología, el cual contará este año con 800.000 millones de pesos, el equivalente al 10% de los recursos totales del sistema de regalías.

"Estaríamos alcanzando niveles comparables con México y Chile, y muchísimos menores que los de Estados Unidos, Japón y Alemania. Aun así, los aportes deben nacer de los sectores empresarial e industrial. Si las empresas crecen, tendrán posibilidad de crear departamentos propios de ciencia, tecnología e innovación", aseveró.

En su opinión, la contribución de la industria a la educación superior es una alternativa aceptada por la mayoría de los estudiantes que estudian ingeniería en la UN.

"Cerca del 70 y 85 por ciento de los estudiantes de las ingenierías prefieren hacer su trabajo de grado como pasantes en el sector empresarial. Hay cambios de actitud", indicó.

"Debe promoverse una estrategia integral que permita a los estudiantes de carreras como economía y administración, aportar con la industria y mejorar la productividad", añadió.

En criterio del docente, "hay una necesidad de desarrollos competitivos de calidad. Si no tenemos vías y buenos puentes, nuestros productos serán más costosos. La falta de infraestructura nos castiga con un bajo puesto en los índices de competitividad mundial", argumentó.

Finalmente, Gómez aclaró que el TLC no convertirá a la UN en una universidad tecnológica. "El fortalecimiento de las áreas de artes, ciencias humanas y todas las áreas creativas tiene muchísima vigencia. Tenemos que fortalecer el sistema completo. La investigación es de las ciencias naturales, como de la filosofía, etc. Es lo que nos va a permitir el crecimiento social del país, y no con un criterio exclusivamente instrumentalista ni tecnológico", concluyó.
Fuente: Semana.com

Colombia: Capitalismo gangsteril y despojo territorial

Por: Renán Vega Cantor


“La tierra sin hombres de los hombres sin tierra”.
Augusto Roa Bastos

Acumulación por desposesión es un término que se utiliza para estudiar la mercantilización y privatización de la tierra y la expulsión violenta de habitantes del campo, junto con la transformación de los derechos comunes en derechos privados. A esto se le agrega el análisis de los métodos imperialistas para apropiarse de los recursos naturales y energéticos, en consonancia con el papel del capital financiero como instrumento de endeudamiento de la población, urbana y rural, y como soporte “legal” de la expulsión de campesinos e indígenas, reducidos a la servidumbre por deudas.

Colombia es un inmenso laboratorio de la acumulación por desposesión porque se presentan, a vasta escala y con un increíble nivel de violencia, las características antes enunciadas. En síntesis, “lo que posibilita la acumulación por desposesión es la liberación de un conjunto de activos (incluida la fuerza de trabajo) a un coste muy bajo (y en algunos casos nulo)”[1]. El elemento esencial es el despojo como forma violenta que vincula las actividades económicas y la apropiación de tierras. En este sentido, los asesinatos, las masacres, las torturas, el desplazamiento forzado son vehículos de la concentración de tierras, llevados a cabo por “empresarios” que impulsan la acumulación de capital en el campo, gran parte de la cual proviene del robo de la tierra y de la riqueza de los campesinos.

Despojo de tierras

La concentración de tierras en manos de pocos terratenientes ha sido una característica distintiva de la historia de Colombia desde el mismo momento de su separación de España. En este país nunca se realizó una reforma agraria y siempre los latifundistas han tenido un papel protagónico en la escena política y en la vida económica y social. Esto se expresa con indicadores elementales de concentración de la propiedad de la tierra: en el país hay 114 millones de hectáreas, de las cuales 51.3 millones se consideran como superficie agropecuaria, de cuyo total 36 millones están dedicados a la ganadería extensiva, expresión tradicional del poder de ganaderos, terratenientes y narcotraficantes; 10 millones de hectáreas son aptas para la agricultura, y de ellas la mitad se dedica a actividades agroindustriales y en el resto, laderas y zonas bajas tropicales, subsisten millones de campesinos y colonos, de los cuales sólo tiene título de propiedad el 15 por ciento; un 0,43% de los propietarios (grande latifundistas) es dueño del 62,91% del Área Predial Rural, al tiempo que el 57.87% de los propietarios (minifundistas y pequeños propietarios), tiene un ridículo 1.66% de la tierra; el 53% del total de la tierra registrada se concentra en manos de sólo tres mil grandes propietarios rurales; el índice GINI en cuanto propiedad rural ascendió en 2009 a 0.863, uno de los más altos del mundo, sólo superado en América Latina por Paraguay, un país más pequeño; entre el 76 y el 79% de las personas desplazadas tenía derechos asociados a la tierra, bien como propietarios, ocupantes de hecho, poseedores o tenedores; en el último cuarto de siglo se le han usurpado por medio de la violencia unos 7 millones de hectáreas a sus legítimos propietarios o poseedores [2].

De acuerdo a estas cifras, Colombia es uno de los países más injustos y desiguales del planeta, lo cual explica el permanente conflicto agrario de los últimos 60 años, como continuación de las luchas que libraron los colonos, indígenas y campesinos desde comienzos del siglo XIX. En ese sentido, la brutal expropiación de tierras del último cuarto de siglo refuerza un proceso estructural, aunque ahora ese despojo se esté llevando a cabo con unos niveles de violencia y de terror difíciles de concebir en otros lugares del mundo. Este proceso puede definirse como una revancha terrateniente (ahora nutrida con la savia criminal de la alianza que se gestó desde el Estado, entre el Estado, las clases dominantes, el paramilitarismo, el narcotráfico y las multinacionales) cuya finalidad ha sido arrebatar las tierras a los campesinos pobres y destruir a los movimientos sociales de tipo agrario que se les pudieran oponer.

Esto se encuentra ligado con los intereses del capitalismo contemporáneo, porque como lo señaló un campesino que logró escapar de esa barbarie: “En los Hornos crematorios, los criaderos de caimanes y las fosas desaparecieron a muchas víctimas de la contra-reforma agraria en Colombia” [3] Por si hubiera dudas, 4.000 paramilitares confesaron que habían cometido 156.000 asesinatos y participaron en 860 masacres y la Fiscalía General de la Nación informó que entre 2005 y 2010 fueron asesinadas por paramilitares 173.000 personas.

El cambio en el uso de la tierra en Colombia ha sido tan evidente en los últimos 20 años que en donde antes habían parcelas campesinas, llenas de vida, sembradas de maíz y de cultivos de pan coger, con unas cuantas gallinas y cerdos, hoy pasan carreteras y se han sembrado cultivos de exportación, o se han convertido en tierras de ganadería. La expropiación de las tierras de los campesinos tiene varias finalidades, como se describe a continuación.

Tierras para ganadería

Los terratenientes colombianos tienen una especial debilidad por las vacas y los caballos, y por eso poseen grandes latifundios donde pastan miles de cabezas de ganado y caballos de paso fino. La ganaderización del campo colombiano es uno de los rasgos distintivos de este país desde el siglo XIX, cuando los terratenientes introdujeron el alambre de púas y la siembra de pastos, mientras expulsaban a los colonos de las tierras, les arrebataban los títulos y los convertían en peones y agregados de las haciendas. Hasta tal punto domina la lógica ganadera que en las ferias y fiestas que se celebran todos los años se exhiben los “grandes avances” de la ganadería, con exposiciones equinas, corridas de toros, certámenes de coleo o carralejas, para agasajar a los gamonales y terratenientes de un pueblo o una región. Un solo dato es indicativo del poder de los ganaderos en la sociedad colombiana: ocupan 36 millones de hectáreas para un hato ganadero de 19 millones de vacas, es decir, que cada vaca ocupa en promedio casi dos hectáreas del suelo, mientras que millones de campesinos no tienen ni un pedazo de tierra a donde caer muertos. En tales condiciones, uno de los móviles centrales del despojo de tierra busca convertirlas en grandes pastizales, para “sembrar” vacas, caballos y en algunos casos, como en ciertas regiones de Antioquia, hasta búfalos.

Tierras para sembrar cultivos de exportación

Las clases dominantes en Colombia, con una histórica vocación de terratenientes, han visto con muy buenos ojos el proyecto que impulsan los países imperialistas y sus empresas transnacionales de sembrar cultivos de exportación. La puesta en marcha de ese proyecto se sustenta en la expropiación de tierras en varias regiones del país, que se destinan a sembrar productos como la palma aceitera. Ningún cultivo como éste simboliza los nexos entre violencia, despojo, apropiación de tierras y paramilitarismo, como se evidencia en todas las regiones donde se ha implantado.

La propuesta de convertir a Colombia en un país palmicultor cobró fuerza durante el régimen criminal de Álvaro Uribe Vélez, quien estableció como una de sus prioridades incrementar la cantidad de tierras dedicadas a la siembra de palma. Y en efecto, durante el período 2003-2009 el cultivo de palma aceitera pasó de 206.801 a 360.537 hectáreas, con la pretensión de alcanzar pronto seis millones de hectáreas, como expresión del deseo de convertir a Colombia en la “Arabia Saudita del biodiesel”. Tan drástico incremento se logró en antiguas tierras de campesinos, apropiadas por “prósperos para empresarios”. que ahora las destinan a sembrar la palma de la muerte, como la llaman los campesinos desalojados.

Entre los sectores sociales más afectados por estos empresarios del crimen, dedicados a negocios legales, se encuentran los habitantes afrodescendientes de la costa pacífica colombiana, que han sido expulsados de sus tierras, a punta de fuego y motosierra, como ha sucedido con los habitantes de las comunidades de Curvaradó y Jiguamiandó en el departamento de Chocó, cuyos terrenos fueron ocupados por paramilitares en alianza con miembros de la Armada en 1997. Luego del despojo aparecieron empresarios de la Palma que empezaron a sembrarla en esos territorios, contando con el respaldo y el apoyo de la Brigada XVII del Ejercito Nacional que actúa en favor de los empresarios y apoya la expansión de los cultivos. Fueron limpiadas las tierras, derribado parte del bosque nativo, y contaminadas las aguas. Las comunidades campesinas no sólo fueron desalojadas sino que, después de implantarse el cultivo, empezaron a ser asesinados sus lideres cuando intentaban reorganizar a las comunidades, contabilizándose cientos de asesinados [4].

Tierras donde se encuentran riquezas minerales

En las diversas regiones de Colombia donde existen riquezas minerales se ha organizado la expulsión de indígenas y campesinos, como ha sucedido en la Costa Atlántica con la explotación del carbón. En la Jagua de Ibirico, departamento de César, desde mediados de la década de 1990 sicarios a sueldo realizaron numerosas masacres con la finalidad de limpiar la tierra de sus incómodos ocupantes, para apropiarse de las mismas y cederlas a empresas multinacionales, como la Drumond, con la complicidad de notarios del INCODER y otros funcionarios y abogados que llegaron al descaro de hacer firmar escrituras a los muertos para legalizar el robo de tierras. Los campesinos que lograron sobrevivir se vieron obligados a huir, dejaron todo abandonado y, en medio de la miseria, subsisten como vendedores informales y viven en pocilgas miserables en pueblos y ciudades de la costa [5].

Este es sólo un ejemplo, porque en todo el país se están realizando apropiaciones de tierra para realizar explotaciones mineras, si se tiene en cuenta que el Estado les concede facilidades a empresas de capital transnacional para que se lleven los recursos naturales, en lo cual se incluye legalizar las concesiones mineras mediante la entrega de miles de hectáreas para que operen las compañías de Canadá, Sudáfrica, la Unión Europea y otros países. Esto se evidencia con la expedición de títulos mineros, los que pasaron de 80 en el 2000 a 5067 en el 2008, con un total de casi 3 millones de hectáreas concedidas para extracción minera.

Tierras para construir represas

El monopolio de la tierra no puede existir si al mismo tiempo no se monopoliza el agua, porque la tierra sin agua es un desierto. Esto lo tienen claro los terratenientes y ganaderos, así como el Estado que les sirve. Por esta circunstancia, la expansión de los latifundios viene acompañada de la expropiación de las tierras circundantes a los lugares donde se encuentran fuentes de agua y la apropiación privada de ríos, quebradas, ciénagas, humedales y lagunas para beneficio exclusivo de los terratenientes y ganaderos. Gran parte de las represas que se han construido en Colombia en las últimas décadas tienen esta finalidad.

Al respecto vale mencionar a la Represa de Urra I, obra que se construyó entre 1993-1999, y que contó con la lucida oposición de la comunidad indígena de los Embera-Katios, ancestrales habitantes del lugar, desplazados a sangre y fuego por grupos de paramilitares, organizados por terratenientes y ganaderos y respaldados por el Estado y los políticos regionales. La construcción de esta represa es ilustrativa de la destrucción de los bienes colectivos y su conversión en bienes privados, porque unos 70.000 indígenas, campesinos y pescadores fueron directamente impactados por el proyecto Urra I. Al mismo tiempo, se destruyó la pesca artesanal, porque disminuyeron o desaparecieron especies de peces de la cuenca del río, como el caso del bocachico, fuente alimenticia de primer orden en la dieta de los embera Katio y los pescadores locales. Esto último se debió a la desecación de los humedales del alto Sinú, ocasionada por la disminución de los flujos naturales del río, luego de que fuera construida la represa.

Junto con el exterminio del bocachico se han secado humedales y ciénagas, que entre otras cosas es lo que le interesa a los terratenientes para expandir sus fincas ganaderas. Lo que antes eran corrientes de agua llenas de vida, ahora son fuentes contaminadas y muertas, como sucede siempre con las grandes represas, que finalmente son aguas estancadas en las que pululan los mosquitos, que generan epidemias que antes no conocían los indígenas y campesinos [6].

Las hidroeléctricas que se han construido en Córdoba no son una cuestión de energía ni de aguas, sino de tierras ganaderas, las mismas que pertenecen a unos cuantos latifundistas que se van expandiendo a costa de los pequeños campesinos e indígenas y que utilizan todos los medios para quedarse hasta con las tierras de los humedales, los cuales son secados con Búfalos. En estas ricas tierras se han enfrentado desde el siglo XIX los hacendados y los campesinos que cultivan maíz, yuca y malanga y son pescadores, es decir, forman parte de lo que Orlando Fals Borda llamó una cultura anfibia.

Tierras que se entregan a las multinacionales

La tierra ha adquirido una renovada importancia para las potencias capitalistas, en la perspectiva de convertirla en medio de producción que genere agrocombustibles y para apropiarse de las riquezas naturales que en ellas se encuentren. En ese sentido, los países imperialistas libran una guerra no declarada por apropiarse de los recursos, cuyo escenario bélico se despliega en el mundo periférico y dependiente. Colombia, uno de los primeros países del mundo en biodiversidad, no está al margen de esa guerra y por ello en los últimos tiempos se ha presentado una ofensiva de las empresas transnacionales y de sus respectivos estados por adueñarse de importantes reservas de tierras, sobre todo aquellas en que existan recursos minerales. Esto se facilita porque el Estado y las clases dominantes del país han optado por regalarle al capital imperialista nuestras riquezas, a cambio de que siga fluyendo el caudal de dólares y euros para mantener la guerra interna. Un caso particularmente destacado de entrega de tierras a las multinacionales está relacionado con la explotación de recursos minerales en diversas regiones del territorio colombiano. A manera de ejemplo, valga mencionar el caso de la extracción de oro por parte de empresas canadienses y sudafricanas en lugares como Cajamarca (Tolima), San Turbán (Santander), Marmato (Antioquia), entre muchos casos.

En Marmato, una tradicional zona minera desde hace varios siglos, la compañía canadiense Medoro Resources anunció a finales del 2010 que va a realizar un proyecto de minería a cielo abierto que cubre un área de 200 hectáreas e incluye el casco urbano de esa población. Para llevar a cabo este proyecto, la compañía anunció que en los próximos años va a extraer unos 10 millones de onzas de oro. Para hacerlo requiere la remoción de 300 mil toneladas de tierra al año y reasentar el pueblo en otro lugar, el que se anuncia como un sitio paradisiaco, según la propaganda oficial de la empresa, acogida desde luego por la gran prensa y por los políticos de Antioquia y de Caldas. Decir que ese es un reasentamiento es un abuso de lenguaje, porque en verdad se está hablando del desplazamiento forzado de todos los habitantes de un pueblo, que durante varios siglos se han dedicado a la pequeña minería, por obra y gracia de la minería transnacional [7].

En las tierras que se ceden a las multinacionales se incluyen los recursos naturales, la biodiversidad y sobre todo el agua, tan necesaria para la explotación minera y cuyas fuentes quedan contaminadas por el arsénico que se vierte diariamente sobre ríos y quebradas. La contaminación y desaparición de la biodiversidad cierran un proceso de despojo, en el que previamente los grupos privados de asesinos, en alianza con las Fuerzas Armadas del estado, han desplazado a los campesinos y habitantes pobres de las regiones donde se explotan minerales. Se calcula que como resultado de la extracción de recursos minerales, en Colombia habían sido desplazadas en los últimos años, hasta agosto de 2008, unas 600 mil personas. Nada sorprendente si se sabe, por ejemplo, que la transnacional Kedahda (filial de la Surafricana Anglo Gold Ashanti) ha solicitado que le otorguen concesiones en 336 municipios del país, en zonas en las que es notoria la presencia de paramilitares.

La legalización del despojo

Luego de perpetrado el robo de tierras se trata de asegurar su posesión por parte de los usurpadores. Para lograrlo el Estado juega un papel de primer orden ya que entran a operar los mecanismos “legales”, donde abogados, jueces, notarios, alcaldes, gobernadores, parlamentarios, ministros y presidentes actúan en consonancia con el proyecto de legitimar y legalizar la expropiación de tierras. Todos estos funcionarios estatales adelantan la labor de limpiar la cara de los criminales y de presentarlos como honestos empresarios que, al despojar a los campesinos, actúan como portavoces de la patria y se comportan como excelsos defensores de la sagrada propiedad privada. Siempre se trata de mostrar ante la opinión pública que no existió el saqueo y que los pequeños propietarios no son productivos sino, más bien, son un estorbo que conspiran contra los grandes propietarios que, según el estribillo de moda, son los que generan empleo y prosperidad.

En Colombia el despojo de tierras se ha legalizado desde el Estado central con un sinnúmero de leyes. Valga mencionar algunas. La ley 791 de 2002 reduce a la mitad el tiempo estipulado para la prescripción ordinaria y extraordinaria, con lo cual se acorta el plazo requerido para alcanzar la legalización de un predio ante los estrados judiciales, argucia que como es obvio favorece a los usurpadores de tierras. La ley 1182 del 2008 instituye el “saneamiento de la falsa tradición”, una figura con la que se posibilita la legalización de predios de más de 20 hectáreas adquiridos de manera ilegal, siempre y cuando no se presente ante un juez alguna persona que alegue en contra de esa solicitud y con pruebas, algo difícil porque un desplazado o no está informado de las solicitudes de adjudicación sobre sus tierras y si está enterado poco puede hacer ante el chantaje violento que pende sobre su cabeza. La ley 1152, o Estatuto Rural, establece la validez de los títulos no originarios del estado registrados entre 1917 y 2007, con lo cual permite la solución de los litigios a favor de los grandes propietarios y quienes han robado tierras en los últimos 90 años. Esta misma ley prohíbe la ampliación de resguardos indígenas en la zona del Pacífico y en la cuenca del Atrato, un región de gran desplazamiento forzado, que deja a los indígenas desamparados legalmente para defender sus territorios.

Pero las leyes de legalización del despojo no sólo están referidas a las tierras, sino que incluyen el interés de legislar en términos de agua, paramos, bosques, parques naturales, recursos forestales para que todo aquello que sea propiedad pública o común se convierta en bienes privados al servicio de capitalistas, terratenientes y multinacionales.

Como si no fuera bastante con este rosario de leyes a favor del latifundio y los agentes del despojo rural, durante el gobierno de Juan Manuel Santos se ha impulsado la idea de la consolidación de la seguridad democrática, un eufemismo para decir que se va asegurar el robo y el despojo. Al respecto, en el 2010 fueron desplazadas 280.041 personas del campo, en 31 de los 32 departamentos del país y, lo más revelador, el 33 por ciento de los desplazados se origina en las zonas que el régimen uribista denominó Centros de Coordinación y Atención Integral (Ccai), “programas que tienen incidencia en 86 municipios en 17 departamentos, los cuales el ex presidente Uribe consideró prioritarios para recuperar la seguridad y avanzar en inversión social y empresarial”. Llamativo también que en un tercio de las tales zonas de consolidación hay explotaciones de minerales, especialmente del oro, como en Montelíbano (Córdoba), varios municipios del Bajo Cauca, en el Pacífico o en el Catatumbo. No por casualidad la región más crítica es el bajo cauca, donde “En las riberas de los ríos Cauca, Man, Nechí y Cacerí hay cerca de 2.000 retroexcavadoras y dragas que según cifras oficiales sacan 28 toneladas de oro al año. Con la fiebre minera llegaron las bandas criminales, las masacres, los asesinatos y las amenazas. En la región hay 89 asesinatos por cada 100.000 habitantes, la tasa más alta de Antioquia”.

En esas zonas de consolidación de latifundio agroindustrial se están sembrado miles de hectáreas con palma aceitera, tales como en San Onofre (Sucre), Tibú (Norte de Santander), Guapi y Tumaco (Nariño), en las faldas de la Sierra Nevada y en la Macarena (Meta).

En tales zonas de consolidación tampoco se ha erradicado el narcotráfico, pues en un 70 por ciento de ellas se cultiva hoja de coca, un hecho que además acelera el desplazamiento porque actúan los narcoparamilitares y porque las fumigaciones del ejército golpean a los campesinos y sus familias y les destruyen sus cultivos [8].

En rigor, la consolidación que se busca es la del gran capital agro-minero exportador en el cual sobresale la alianza entre latifundistas, narcotraficantes, exportadores y empresas multinacionales. Para hacerlo posible, el Plan Nacional de Desarrollo, en sus artículos 45, 46 y 47, modifica la ley 160 de 1994 que impedía que las tierras públicas (baldías) fueran transferidas a particulares que formaran latifundios. Ahora se permite que se adjudiquen esos baldíos de la nación a cualquier persona, nacional o extranjero, todo lo cual se justifica con el cuento de promover las grandes exportaciones agropecuarias, en las que se destila la demagogia que de esta forma se consolidará la alianza entre campesinos y grandes productores. Algo que es mucho más explicito con la mal llamada Ley de Tierras, un proyecto que favorece y fortalece a los capitalistas nacionales y extranjeros.

Los expropiados

Aunque las grandes empresas agroexportadoras y minerales necesiten trabajadores ya no requieren vastos contingentes de ellos, ni tampoco generan unas relaciones salariales clásicas, sino que impulsan formas de vinculación laborales propias del esclavismo o del feudalismo. El empleo que generan las minas o las plantaciones de palma o de caña de azúcar es muy escaso y el grado de explotación de los trabajadores es bestial, sin ningún tipo de derechos laborales, e incluso sin contratación directa puesto que predomina el trabajo terciarizado por medio de cooperativas, con el objetivo de esconder al patrón. Un ejemplo de esta forma de vinculación laboral de tipo salarial, degradada al máximo, es el de los corteros del Valle del Cauca, que en el 2008 realizaron una heroica huelga.

Estos trabajadores de rasgos cetrinos, muchos de ellos descendientes de esclavos africanos, soportan interminables jornadas de 12 o más horas, laborando bajo pleno sol, sin un salario fijo porque se les paga de acuerdo a la cantidad de caña que sean capaces de cortar, cuyo peso es controlado por las basculas que pertenecen o las empresas contratistas o a los ingenios. Su jornada de trabajo discurre los siete días de la semana, con un solo día de descanso al mes. No tienen derecho a enfermarse porque, aparte de que no cuentan con servicio médico pago por la empresa sino que lo deben asumir por su cuenta, deben enviar un sustituto cuando se enferman y si no lo hacen son despedidos. La jornada diaria de trabajo se inicia a las seis de la mañana y se prolonga hasta cuando comienza la noche. Todo el día cortan caña a punta de machete. Se les paga por el volumen de caña cortada, por lo que reciben un salario variable, a destajo. Los organizadores de las cooperativas asociadas les dicen que ellos son a la vez patrones y trabajadores, en razón de lo cual todo lo que utilizan o necesitan (machetes, guantes, zapatos, ropa y protectores de tobillo) deben ser comprados por ellos mismos, con sus magros ingresos. Tampoco tienen subsidio de transporte, un gasto importante en su reducido presupuesto ya que representa hasta la séptima parte de sus salarios, porque supuestamente no son empleados sino patrones. Entre otras cosas, esta extraña condición de figurar como patronos de sí mismos les impide en términos legales que hagan huelgas. No tienen derecho a vacaciones ni a pago de horas extras [9].

En el caso de la caña como en los otros sectores de este tipo de agronegocios, si los trabajadores se atreven a protestar, a organizarse, afiliarse a un sindicato o hacer huelga, inmediatamente son amenazados, perseguidos y asesinados sus líderes y activistas más beligerantes.

Liquidación de organizaciones y movimientos sociales

Otra característica de la acumulación por desposesión estriba en desarticular por todos los medios posibles, empezando por la violencia física directa, a todos aquellos sectores sociales de tipo popular que pudiesen oponerse al proyecto de consolidación del capitalismo agroindustrial de tipo exportador. En Colombia esto se expresa en el desangre que han sufrido las organizaciones sociales en los últimos 25 años por parte del Estado y de los grupos de sicarios que han sido organizados y financiados por diversas fracciones de las clases dominantes, en cabeza de las cuales sobresalen los ganaderos y latifundistas, en asocio con empresas multinacionales.

La violencia contemporánea que acompaña el despojo de la tierra y la naturaleza tiene un marcado carácter de clase. Se trata, en pocas palabras, de eliminar los incómodos obstáculos sociales que impidan la consolidación del modelo agroexportador, lo cual sigue en términos generales un mismo modus operandi: primero se limpia la tierra mediante el terror por parte de grupos de criminales contratados por el Estado y fracciones de las clases dominantes; luego, los políticos regionales diseñan la planeación estratégica para transformar esas regiones en lugares adecuados para la puesta en marcha de actividades económicas, que sólo pueden llevarse a cabo con la consolidación de los planes de pillaje, muerte y saqueo; en tercer lugar, ya con las tierras despejadas y con los planes empresariales se llama al capital extranjero para que invierta en el país, garantizándoles plena seguridad a las inversiones y brindándole, aparte de protección, todo tipo de gabelas, descuentos y regalos.

La implantación de cultivos como el banano, la palma aceitera, o de otros productos destinados a producir agrocombustibles (caña de azúcar) o la extracción de petróleo, minerales y oro viene acompañada de una dosis notable de violencia, como se evidencia con la gran cantidad de sindicalistas, dirigentes campesinos e indígenas que han sido asesinados. Las masacres, desplazamientos forzados, destrucción de sindicatos acompañan esta forma de acumulación de capital en Colombia en las últimas décadas. Eso no es algo excepcional o fortuito sino consustancial a este tipo de capitalismo gángsteril, como lo dice un estudioso de la explotación de palma: “El aceite o el biodiesel de Palma Africana tienen a la violencia como aditivo. En Indonesia, en África o en Colombia, la depredación ambiental, la represión a las comunidades indígenas y campesinas, y el antisindicalismo son algunas de las huellas de la identidad violenta del cultivo industrial de la Palma Africana” [10].

La implantación de la palma viene acompañada de la expulsión de los campesinos y por esa razón puede decirse que la palma aceitera Es el “NAPALM” del Plan Colombia: quemando la selva, quemando la gente y a todo derecho.” Y lo que queda después son “desiertos verdes, árboles en filas plantados como zanahorias, sin campesinos, con escasa mano de obra y la poca que genera mendiga por laberintos donde la esclavitud no encuentra salidas” [11]. Esta es la famosa Arabia Saudita del biodiesel que buscan los para empresarios y no están equivocados porque quieren transformar a este país en un desierto de palma, sin campesinos, regido por una monarquía oligárquica y corrupta como la de Arabia Saudita.

La palma es un negocio criminal de paramilitares y narcotraficantes, como se prueba con el hecho que 23 empresarios del sector en el 2003 invirtieron 34 millones de dólares. Esto fue posible mediante el desplazamiento de 5000 campesinos, la ocupación de 100 mil hectáreas que correspondían a territorios de comunidades afrodescendientes en el Choco. Esto fue respaldado por los sicarios privados, aliados con el ejército y burócratas del Ministerio de Agricultura, que concedieron generosos créditos y llamaron a la apropiación de la tierra para que “honestos empresarios hicieran patria” con su sacrificio y tesón. Como para que no quede duda esta operación, encaminada a impulsar el cultivo de palma, fue directamente comandada por los paramilitares Carlos y Vicente Castaño, que a su vez eran propietarios de Urapalma, una firma dedicada al negocio de producir y refinar aceite de palma. Uno de estos criminales, Vicente Castaño, recibió “2,8 millones de dólares de entidades como el Fondo para el Financiamiento del Sector Agropecuario y el Banco Agrario”, y otras tres firmas de paramilitares recibieron más de 6,8 millones de dólares [12].

Otro tanto sucede con el banano que se ha sembrado en Colombia para la exportación, producto que desde la masacre de 1928 ha estado ligado a la violencia del capital imperialista. Y esta no es una evocación histórica sino actual, porque se han comprobado los nexos entre los grupos de criminales que mataron a miles de campesinos y trabajadores bananeros en varias zonas del país, especialmente en el Urabá antioqueño, hasta el punto que la Chiquita Brands fue condenada en un tribunal de los Estados Unidos a pagar una multa de 25 millones de dólares por estos crímenes. Eso si, sus ejecutivos no sufrieron ninguna condena por patrocinar y financiar a los criminales que le hacían el favor de matar a sus incómodos trabajadores que se organizaban en sindicatos y querían mejorar sus condiciones de trabajo y de vida. Tal ha sido la impunidad criminal que se enseñoreo en la zona bananera de Urabá que bien puede catalogarse como un “modelo” de imposición de los cultivos empresariales en nuestro país, ya que allí confluyen todos los elementos que hemos descrito: despojo de tierras, expulsión de campesinos y trabajadores, asesinatos, masacres, financiamiento de empresas nacionales y multinacionales a los grupos criminales, alianzas entre sicarios y militares, participación y complicidad del Estado, eliminación física de la base social de la insurgencia y los movimientos de izquierda, legitimación por parte de la gran prensa y de los políticos locales de los crímenes cometidos a nombre de la salvación de la patria y de la imposición del orden y la seguridad, premio a los criminales donde quiera que se encuentren o se desempeñen, patrocinio de políticos regionales a nivel nacional, hasta que uno de ellos alcanzó la presidencia de la República.

Ese modelo bananero es el mismo que se está aplicando con la palma aceitera y en la explotación minera, como buen ejemplo de los costos sociales y humanos de la producción primaria exportadora que beneficia al capital imperialista y a sus socios criollos. En pocas palabras, en el Urabá antioqueño se demostró que este país es una típica república bananera, aunque mejor sería llamarla una Para República Bananera.



Notas

[1] David Harvey, El nuevo imperialismo, Editorial Akal, Madrid, 2005, p. 119.
[2] Ver, PNUD, Colombia, Colombia rural. Razones para la esperanza. Resumen Ejecutivo, Informe Nacional de Desarrollo Humano 2011, Bogotá, septiembre de 2011; Luis Fernando Gómez Marin, Concentración de la tierra y concentración de ayudas del Estado, en luisfernandogomezz.blogspot.com/.../la-desigualdad-en-la-propiedad ; Darío Fajardo, Reforma agraria y paz… o minería, en www.espaciocritico.com/?q=node/72
[3] Citado en Azalea Robles, “La Ley de Tierras de Santos. De las fosas comunes a la consolidación del gran capital”, Rebelión, octubre 18 del 2010.
[4] El primer capítulo de la ‘paraeconomía’, en www.espaciocritico.com/?q=node/72
[5] Carbón y sangre en las tierras de Jorge 40. en www.prensarural.org/spip/spip.php?article4803
[6] Fernando Castrillón Zapata, Efraín Jaramillo y Gregorio Mesa Cuadros, Colombia: La represa de Urrá y los Embera Katío del Alto Sinú. Una Historia de farsas y crímenes, en www.kaosenlared.net/noticia/colombia-represa-urra-embera-katio-alto-sinu-historia-farsas-crimenes
[7] MEDORO RESOURCES Ltda. se quiere tragar a Marmato, en www.pacificocolombia.org/.../ medoro - resources -ltda... marmato /77
[8] Desplazamiento: el desangre continua, en www.verdadabierta.com/index.php?option=com_content&id...
[9] Ricardo Aricapa, Las razones sociales y laborales que llevaron al paro a los corteros de caña, en www.rebanadasderealidad.com.ar/escuela-col-08-06.htm
[10] Gerardo Iglesias, “El agua y el aceite. Palma africana y derechos humanos”, en www.ecoportal.net Rel-UITA
[11] Ibíd.
[12] La palma africana negocio criminal de paramilitares y narcotraficantes, en www.derechos.org/nizkor/colombia/doc/palma1.html

Fuente: Sinpermiso
Texto publicado en: Revista Cepa Nº 14, febrero-junio de 2012